lunes, 28 de julio de 2014

Felicidad y deseo

   No hay felicidad sin una cierta carencia (ya sea en el presente o en el pasado). Tal vez ésta, la felicidad, pueda estar en el deseo ordenado de lo posible. 

   Ya sé que hay ascetas que defienden lo contrario, esto es, que la felicidad está en la ausencia de deseos, pero cuando se defiende eso ¿no se cae en cierta contradicción?: ¿no es en ese caso la paz interior un deseo ordenado de lo posible? 

   La mayor de las venturas es impermeable a la felicidad si es que se nos concedió desde siempre. 


René Magritte


viernes, 25 de julio de 2014

Pido opinión para un haiku

   Y como decía que este verano me apetecen los experimentos literarios, un mirlo en un árbol ha dado de sí mi primer haiku original, ese molde verbal del instante, tan frecuentado hoy.

 Pido opiniones ¿cuál de estas dos versiones os parece mejor?

       VERSIÓN 1 
              Se eleva el mirlo
             y parpadea el sol
             entre las ramas.

                                           versión 2

                                 Entre las ramas,
                               un parpadeo de sol.
                               Se eleva el mirlo 


Anónimo sevillano del S. XVIII

 

miércoles, 23 de julio de 2014

Plath



Ayer vimos Sylvia en Cádiz, la presentó José Manuel García Gil. Sorprendentemente Gwyneth Paltrow está perfectemente creíble como la Plath, no así Daniel Craig: yo no pude en ningún momento ver en él al torrencial Hughes de corpachón imponente. A Hughes lo vería yo mejor con el físico de George Clooney, le va más su envergadura, su porte; pero, claro, Clooney ya está mayor y hubiera necesitado un tratamiento digital completo para la flaccidez que empieza a asomar ya a su carita sonriente y chulesca.  
 He buscado esta mañana, en esos cuadernitos míos que suplieron a este blog durante años, las notas que escribí cuando leí la correspondencia familiar que editó la madre de Sylvia, Aurelia Shober Plath(1). Allí anoté tres impresiones sobre Plath: la primera es que me pareció una muchacha ambiciosa que manifiesta continuamente un complejo de superioridad que a ratos me la hacía bastante antipática; la segunda, cómo disfrutó de se etapa en el College, su trato desinhibido con los muchachos, su seguridad en sí misma; la tercera fue notar que, en realidad, esos episodios de euforia y exaltación de sí misma, se vieron seguidos de frustración amarguísima: por un lado estaba claro que tenía un temperamento que hoy llamaríamos bipolar; por otro lado, me pareció muy claro que -según esas cartas esritas a su madre, a su hermano, creo que a un tío suyo también- fueron tan altas  las expectativas que ella puso en sí misma, que tarde o temprano, se iba a dar de bruces con algún escollo, y los escollos fueron varios, pero los principales: la sequedad creativa y la infidelidad de Hughes. Dos bombas de altísima destrucción para su temperamento.

   ÚLTIMAS PALABRAS


No quiero una caja cualquiera, quiero un sarcófago

con rayas de tigre, y una cara redonda

como la luna para poder contemplar.

Quiero estar mirándolos cuando vengan

juntando los minerales estúpidos, las raíces.

Ya los veo - con las caras pálidas, lejanas como estrellas.

Ahora no son nada, ni siquiera bebés.

Me los imagino sin padre ni madre, como los primeros dioses.

Se van a preguntar si fui importante.

¡Tendría que azucarar y conservar mis días como frutas!

Mi espejo se está empañando --

Unas pocas respiraciones, y no reflejará nada más.

Las flores y los rostros se blanquean como sábanas.


No confío en el espíritu. Se escapa en sueños

como vapor, a través de la boca o del ojo. No puedo detenerlo.

Un día no volverá. Las cosas no son así.

Se quedan, sus brillitos especiales

se calientan de tanto uso. Casi ronronean.

Cuando se me enfríen las plantas de los pies,

el ojo azul de mi turquesa me va a consolar.

Dejen que me lleve mis ollas de cobre, dejen que mis potes de rouge

florezcan sobre mí como flores nocturnas, perfumadas.

Me van a envolver con vendas, van a guardar mi corazón

bajo mis pies en un paquete prolijo.

Difícilmente me reconoceré. Va a estar oscuro,

y el brillo de estas pequeñas cosas será más dulce que la cara de Ishtar


       (Traducción: Sandra Toro)








(1) (Letters Home, HarperCollins Publishers, 1975)

miércoles, 16 de julio de 2014

Keats y lo que ahora queda

   De mi año inglés me traje un montón de experiencias, la mayoría de los poemas que poco después constituyeron Donde la hoguera verde, una buena parte de las traducciones para el libro de Mascha Kaléko, el artículo sobre la verdad de la poesía que publicó Campo de Agramante, un par de buenas amistades, un montón de lecturas de la mejor literatura británica y, además, un puñado de libros. Entre esos libros se encontraba el ejemplar de los Selected Letters and Poems de Keats que he re-subrayado estos días.  Cundieron esos meses como cunde el trabajo duro de arado, y, anoche, mientras hablaba de Keats en Cádiz, los agradecí como un don inmerecido. A Fanny Brawne la conocí bien por entonces a través de algunas cartas y también supe en ellas de las exageradas vicisitudes de aquellos amores que he revisitado estos días. He vuelto así, después de tanto, a la música verbal de las odas del joven y desafortunado poeta, a sus lapidarios finales, a la desesperada búsqueda de belleza y de pervivencia que encierran esos versos...  Retomar todo esto me ha dejado el regusto de una añoranza que no sé si es justa con la experiencia real de aquellos días, o si más bien se sostiene en una paz idílica y fértil que ha inventado el tiempo. Probablemente es lo segundo, pero no importa: lo que ahora cuenta es lo que ahora queda.

Keats retratado por Severn

jueves, 10 de julio de 2014

Maneras de mirar (14): Juan Lamillar y una de sus fotos

  UNA FOTO DE SUSAN MEISELAS 

  Ha vuelto la cabeza.
Va descalza.
su marido estrenó unos zapatos
esa misma mañana,
antes de que los guardias de Somoza
lo acribillaran.
Tiene catorce años
y su vestido rojo no la salva
de la pobreza y de la soledad.
Pidió el triste regalo de una caja
para enterrar el cuerpo,
y acabó arrastrándolo en la tabla,
lo más que pudo conseguir,
pena, limosna, lástima.
Ropas sucias. Las cuerdas
adormecen las telas que lo tapan.
Y unas simples baldosas le marcan el camino
hacia el patio trasero de la casa.
Allí lo enterrará,
mientras los helocópteros disparan,
abriendo -"yo solita"- la tierra con las manos
duras y enamoradas,
sangre en las uñas,
labios ya sin palabras,
sólo el grito,
la rabia.
Roja amargura la de su vestido,
que ahora la tierra mancha,
y los zapatos nuevos de su hombre
sucios y quietos después de la emboscada.
Con ellos dormirá,
después de abrir las puertas de la nada.
Y ella, frágil y herida, para siempre sola,
¿hacia dónde dirige la mirada?
Muchacha de Monimbo,
Nicaragua.
                                                                   (Juan Lamillar) 


   Qué magnífico el libro de Juan Lamillar, Música de cámara (Libros canto y cuento, Jerez, 2014) y qué excelente elección de título para estos poemas: armonías melancólicas para fografías que hablan del tiempo, de la muerte, del dolor, de la verdad.

  De este libro reciente he elegido, para mirarlo de cierta manera, un poema especialmente doloroso. 


   A tanto dolor le conviene mucha austeridad de tono porque, en caso contrario, sería muy fácil caer en lo patético. Lamillar sortea muy bien el peligro: tono enunciativo -salvo la escueta interrogación casi final-, en tercera persona, sin profusión de adjetivos, tampoco hay vocabulario tremendista, sólo las imprescindibles "grito, rabia" éstas sin adjetivación alguna, sin exclamación, sin énfasis.  Los versos repiten la métrica armónica más empleada en la poesía del siglo XX, la mezcla de endecasílabos y heptasílabos con otras medidas que recogen su acentuación básica (sílabas 6ª o 4ª) con rima romanceada (suelto, A en asonante), la que tanto usó la generación de los 50 en nuestra literatura; tan sobria es la expresión que las frases se yuxtaponen sin conectores. El poema es la escueta transcripción de unos hechos y el poeta renuncia a decirnos lo que siente, sería obvio, no hace falta. No hay más "yo" en este poema que ese "yo solita" que pone en boca de la joven. Sin embargo, en medio de la narración sintética de los hechos y de la descripción buscadamente externa de ella (su gesto, su vestido, sus manos) dos expresiones sueltas, distantes entre sí, nos adentran discreta y momentáneamente en el corazón de la muchacha: una es cuando le atribuye a las manos el temple y el carácter de la mujer (ya lo hacía Homero, ya lo hizo Virgilio)y escribe: "las manos / duras y enamoradas" componiendo una sinécdoque bellísima; la segunda es el que creo el mayor logro poético de todo el texto: me refiero a cuando escribe que "las cuerdas / adormecen las telas que lo tapan", en esas palabras, en ese verbo, toda la ternura de la mujer, con su pasado de juegos, con su presente de esposa, se nos revela de un golpe en la intuición inconfundible del gesto de acunar y arropar amorosamente a alguien. Y ese es el dolor más grande de todo el poema.

   Lamillar no hace otra cosa que dar palabras a la breve secuencia histórica a la que pertenece una foto que él describe y que no vemos, pero que existe, yo la he buscado en internet, fue tomada entre 1978 y 1979, y es esta:


viernes, 4 de julio de 2014

Mi primer microrrelato

  Con las vacaciones por qué no hacer una incursión en otros géneros: éste es mi primer microrrelato y aún no tiene título. Admito propuestas.

  Alguien dijo: 

  -Quitemos este orden gris de las palabras y de las literaturas que de él se derivaron. Podrían ser las cosas de otro modo.
   Fueron los Complementos Directos los que más objeciones pusieron al asunto. Los poemas, por entonces, todavía aplaudían la ocurrencia. 
   No ha pasado tanto tiempo y los verbos de acción ya casi han desaparecido. Se mantienen algunos en las obtusas, numerosas perífrasis surgidas. De las literaturas sólo queda un poema inteligible cuyo sentido ambiguo original ya se ha perdido por completo. Es el poema que memorizan todos. 
   Esto que ahora lees, comprenderás, es un pasquín y está prohibido.


Grosz

miércoles, 2 de julio de 2014

Corredores

  Hay lugares proclives a la tragedia (un acantilado, por ejemplo), o a la comedia (el apartamento desordenado de unos estudiantes), o propensos a la épica (lo son siempre las llanuras extensas). Ayer vi claramente que el genuino espacio del thriller es un corredor, un corredor largo plagado de puertas. Digo esto porque noto que me pone siempre en cierta tensión caminar por un pasillo desconocido. El de ayer lo había recorrido pocas veces antes. Volvía de asistir a la lectura de la tesis doctoral de José Manuel Benítez Ariza (por cierto espléndida, genial) y atravesaba esa pieza angosta y larga en dirección al despacho de E. Me di cuenta pronto de que algo en mí se ponía alerta; caminaba rebasando las incógnitas de una multitud de batientes cerrados, creo que mi inconsciente interpretaba en cada uno un escenario distinto para lo desconocido. He creído reconocer que todos los pasillos provocan lo mismo: una avanza sobrepasando puertas y siente inexplicablemente que la salida está siempre más lejos que todo lo que se nos esconde en los costados del camino, y entonces se produce un mínimo cambio de ánimo inconsciente que se traduce  -al menos a mí se me traduce- en una rara intranquilidad. Caminar por un pasillo largo es lo mismo que adentrarse a oscuras en una habitación conocida: nos crea la sospecha de que lo oculto, tal vez aquellos monstruos de la infancia que conseguimos espantar a duras penas no hace tanto, nos va a salir al encuentro atravesando un vano en cualquier instante.

Ricardo Renedo