jueves, 27 de julio de 2017

Lo que son las cosas

 Resulta que anda una releyendo los versos de aquí abajo y por la tarde se encuentra con el óleo que retrata al padre del autor mencionado en el poema (el segundo por la izquierda, algo más abajo), cuando participó en la Conferencia de Somerset House, aquella que firmó la paz de la Guerra anglo-española de 1585-1604. Los de la fila de la izquierda, los españoles; los de la derecha, los ingleses. ¿Sería ese sepulcro el que visitaba su hijo en el poema? ¿Moriría alguno de los dos "por esos ojos"? Apuesto a que no.

EL POETA JUAN DE TASSIS DESCRIBE LOS SEPULCROS


Vencido queda el arte del deseo
en lugar de mi vida.
Necesario es que ordene las monedas
para la eternidad, ya que tan sólo
me queda contemplar cuanto se extingue
para bien de las literaturas,
de su hojarasca errante. Y es un don,
sobre todas las cosas, no hallar miedo
en aquella palabra que se dijo
con cierta frialdad, de igual manera
que en las losas que miro los nombres permanecen
por mano del oficio, lo que es sólo
noticia de una escasa devoción,
pero no falso en arte.
A ser morir, morir por esos ojos
en este escrito al menos. La tristeza
de no conmemorar cuanto he perdido, como destino
dudosamente expreso en las estrellas
de esta noche indistinta, dispone ya su herencia,
su tributo, ante mí.
Si algo con luz se da, lleve al conocimiento
del esplendor y de una farsa antigua:
se hace tarde la vida, y es un azogue en blanco,
y muy lento es vivir, y es la tiniebla.
Caído sobre el trono de la muerte,
discurso hace el temblor de cuanto amaba.

               (Felipe Benítez Reyes)

De firma apócrifa en la National Portrait de Londres




viernes, 7 de julio de 2017

La casa

Las casas que son de paso, tienen olores particulares: la falta de hogar huele. Hay en ellas algo de resto rancio, ambientador barato y cañería seca, a veces una mezcla de objetos huérfanos y otro poco de gris apurgarado. Es el olor del abandono. Los olores son como las plantas, si no pueden estar el tiempo suficiente en un sitio, no echan raíces y se marchitan; se convierten en cadáveres de olores.  Especialmente las que tienen moqueta, como esta que lleva ya un tiempo cobijándonos. Procuro dejar un poquito abierto el bote de mi crema corporal en el dormitorio y a veces recurro a meter la nariz en mi neceser para sentir olores vivos. Hacer pronto café y poner pan a tostar es un remedio eficaz. El café y el pan tostado acaban con los olores hospicianos más rebeldes.
  Llevamos más de un mes en ella y creo que ya ha vuelto a sentirse viva. Ya ha aprendido a retener nuestros rastros, y el armario ya no trasmina desolación, sino el detergente mezclado con el olor de nuestros cuerpos, crema corporal y sacapuntas. 
 Todas las casas tienen un olor propio que no se repite nunca porque suele ser el resultado de las sucesivas circunstancias que las recorren como fantasmas errabundos: comida, cremas, jabones, las huellas de los cuerpos de quienes las van ocupando y hasta  las telas y maderas. Eso es así. Cuando dejemos esta casa, sé que el olor inicial viajará con nosotros en nuestras maletas. Nos reencontaremos con él al abrirlas en el hogar, y será una especie de souvenir involuntario, el rastro pertinaz e impalpable de una vida prestada.


Duane Keiser