Te dedico la noche:
el enjambre de miedos y deseos
que entremezclan los sueños;
y la mañana ardua
de luz intransigente;
y también los ocasos,
terribles y opalinos como estanques,
por los que procesionan
mis no pocos fantasmas
arrastrando
el poso de los días.
Te dedico las tardes,
Te dedico las tardes,
pastosas en su calma
–y aquellas de las prisas y los coches–.
Y sobre todo, amor, y a todas horas,
te dedico
las palabras insulsas,
arenilla que riega el desayuno
y los trayectos cortos por la calle,
arenilla que riega el desayuno
y los trayectos cortos por la calle,
esos frágiles pósits
que pretenden
adherirse a tus días.
Jacqueline Osborn