viernes, 31 de agosto de 2012

Exquisita y cruelmente amargo.

      Yo creo que cuando los pintores de la Neuesachlichkeit hacen sus retratos no siempre están representando la sociedad, sino que a veces descarnan a la persona. Son obras que me atraen, que admiro profundamente, pero sus personajes no siempre son caricaturas degradadas de un momento histórico o de un grupo, sino del ser humano mismo. Es lo que ocurre con el enfermo de amor de Grosz que ayer estuve largamente observando en la K 20 de Grabbeplatz.  No me enfada, solo me entristece. Es una sensación extraña, como de desilusión mezclada con admiración, de tristeza con entusiasmo, de dolor con fascinación: una especie de sabor exquisita y cruelmente amargo, como lo es la pistola inclinada bajo el corazón encendido.


domingo, 26 de agosto de 2012

Zafarrancho de montaje

   Qué buena tarde la de ayer: ¡zafarrancho de montaje! Mi sobrino de 18 años, con el de 10 pertrechados de un único destornillador. Los dos primos montando en mi minipiso los altillos de una librería custodiados a ratos por hermanillos más pequeños que se apuntaron atraídos por la llamada de lo novedoso. ("Verás tú, en unos minutos los mayores se llamarán zoquetes el uno al otro y les gritarán a los pequeños que están estorbando..." )  Pues, no. Contra toda lógica, el zafarrancho salió a las mil maravillas; eso sí, me han dejado una balda del revés, pero sólo se nota si se abre la puerta de la vitrina ¡Y qué es eso después de haber vivido tan inverosímil escena de colaboración intergeneracional!.  Sólo me ha quedado una espinita : mi padre llamó dos veces preguntando si el taladro funcionaba y si la escalera era lo suficientemente alta... ¡Qué tonta! Le dije que sí las dos veces, que todo estaba controlado. Y colgué el teléfono. ¡Se me van las mejores!
Martín Tomasa (2009)

viernes, 24 de agosto de 2012

¡Y dale con la poesía...!

    La poesía manifiesta lo recóndito, pone de relieve lo que aún no tiene nombre, encara el misterio. Un buen poema le señala al lector, y a su propio autor, la dirección de lo inefable cotidiano.



lunes, 20 de agosto de 2012

Hopper y tres símbolos

   Hopper no podía ser un miembro de la Ash-can school, por mucho que se propusiera hacer una pintura de ambiente norteamericano, por mucho que formara parte de la primera exposición de los "eights". Imposible. El interés de Hopper es siempre la persona, situada en la sociedad que la condiciona, sí, pero la persona; no el grupo, no la clase, no el clan que es lo que retratan Sloan y sus compañeros. De ahí el tan repetido halo de soledad de todas sus composiciones. Su temperamento y su objetivo pictórico eran en este sentido opuestos a los del grupo con el que empezó a exponer y los elementos de sus cuadros son consecuentes con eso:
  Las omnipresentes ventanas son el símbolo de su temperamento: todos vivimos en nuestro propio interior comunicados a duras penas con el exterior en un lateral exiguo de nosotros mismos (ni siquiera son puertas) y a veces nos asomamos a éstas y, otras, permitimos que nos iluminen, porque, en realidad, necesitamos que nos iluminen.
   Otro tanto le ocurre con ciertos elementos verticales de sus paisajes: farolas, árboles, mástiles, postes eléctricos... En sus exteriores suele aparecer alguna línea vertical, nunca centrada, claro, elemento marginal pero presente. No aparecen en series (arboledas...) y muy rara vez muestran su base y su tope superior a un mismo tiempo. Esa línea está en el paisaje, pero apenas lo roza y, desde luego, no notamos que se repita. En realidad, los que miramos desde fuera sí sabemos que no es un elemento único en la realidad, pero en la mirada de Hopper lo sentimos así.
   Los faros no vinieron a la exposición de Madrid (creo que hubo uno, secundario en un óleo de navegación) pero qué más les voy a decir de esa construcción solitaria desde la que se puede observar una inmensidad siempre parcialmente iluminada.


    Precisamente este Railroad sunset estuvo expuesto en Liverpool en 2008 y ya me estremeció entonces tanto vacío en lo que había sido hecho para comunicar ¡y la llamativa y triste incongruencia de un único poste eléctrico que no vehicula hilo alguno!

jueves, 16 de agosto de 2012

Centenarios

   En estos días intento construir un breve ensayo sobre Campos de Castilla y Leonor por aquello del centenario (se acaban de cumplir en agosto los cien años de la muerte de la joven esposa del poeta y hace tres meses otros tantos de la publicación del libro)que la Academia de Bellas Artes de mi ciudad quiere, naturalmente, conmemorar en su revista. Pues, estando en esas, he llegado a la confirmación de la idea de cómo, después de un dolor terrible como el que sufrió Antonio Machado, hay dos asideros que aparecen inmediatamente para salir a flote (lo sé por experiencia): uno es la esperanza en la continuación de la vida (la resurrección, para los que somos cristianos) y el otro es la preocupación social (la caridad, que es aún más que la imprescindible justicia). Por arte de birlibirloque esos dos poyos de la vida crecen y se agigantan hasta convertirse en bastones, primero, y pilares fuertes, después. Requiere su tiempo y su sufrimiento, pero la vida acaba mostrándose con una fuerza diferente, más iluminada, más completa, más auténtica. 
   Para algo ha de servir celebrar ciertos centenarios. Por lo pronto, yo voy a cambiar la etiqueta "recordar" de estas entradas por otra; tengo que pensarlo, tal vez sea "siempre" o algo así. 

"El olmo" de R. Pascual

viernes, 3 de agosto de 2012

Los veraneantes y el efecto Proust

   Que las palabras tienen un poder extraordinario lo hemos sabido siempre. Desde Alí Babá a Harry Potter pasando por los versitos a San Cucufato nos hemos criado rodeados de palabras mágicas, eso sí, algunas, las más verdaderamente poderosas, nos pasan desapercibidas. Eso es lo que me ha pasado a mí con la palabra "veraneante” que sí, que es una palabra común, pero que yo había dejado de escuchar (los jóvenes hablan ahora de "los madrileños" o de "los sevillanos" denominándolos por su procedencia) y no era así cuando yo era niña y las familias veraneaban durante casi tres meses en el centro de la ciudad y no en las urbanizaciones y aparecían en nuestras rutinas como lugareños a tiempo parcial. Por eso, cuando alguien ha dicho: "veraneante", como si se tratara de un abracadabra personal, un "abrete sésamo" de la memoria  –mi peculiar magdalena mojada en té proustiana-, al conjuro de sus sílabas vuelvo a refugiarme durante unos segundos en el patio de aspidistras de mi abuela y, casi a la vez, han regresado nosededónde las ya olvidadas casetas de la playa de La Puntilla, aún de colores dispares, y el vértigo en la barriga de las cunitas del parque Calderón, por entonces pespunteado de palmeras todavía frondosas y en cuya entrada, allá en la Plaza de las Galeras, un guardia barrigudo con salakov vuelve por un momento a ejercer la autoridad de un coreógrafo militarizado mientras yo lo observo desde el seiscientos verdemar de mi padre.

La Plaza de las Galeras del Puerto de Sta. María como yo la recuerdo en mi primera infancia