sábado, 31 de agosto de 2013

Y, por eso, la noche

   Pensaba yo esta mañana lo importantes que han sido en mi vida las horas de la noche para lo bueno y para lo malo. Las grandes noticias -los primeros premios literarios-, los sucesos terribles, han sido nocturnos, como también han sido nocturnas las horas más fértiles en lecturas y en trabajos escritos. Las horas de labor suelen ser hormigueros de ruidos y de acciones, ocupadoras de tiempo, rutinas obligadas casi siempre. Todo eso estaba pensando cuando he visto un papel en el suelo (un folio doblado por la mitad con unas pocas líneas cortas) que la ventana abierta al fresquito de poniente debió hacer volar de alguna repisa -no es ficción para el blog, os lo aseguro, ha ocurrido tal cual-. Me he agachado y me he encontrado, entre otras bagatelas escritas, con tres breves versos de mi puño. Por lo que se dice en ellos, debí de escribirlos hace poco más de dos años. Parece un haiku un tanto peculiar. Aunque mi estado de ánimo actual no tiene nada que ver con el de esos versos, es tan verdad su emoción, que me arriesgo a traerlos a esta ventana:

  Salva el silencio
cuando no hay fuerzas.
Y, por eso, la noche.


Van Gogh, claro, y su "Noche estrellada"



lunes, 26 de agosto de 2013

Luz de otoño

    Ayer fue la primera tarde con luz de otoño.
   Consuela esta extraña insistencia del tiempo. Saber que no todo cambia definitivamente, que hay cosas que estaban en la época dorada de la infancia y aún persisten es como llevarte los libros más queridos y tu sillón de siempre a una casa en alquiler.
   Cuando me he levantado esta mañana, al oír el silencio nuevo del aire fresco, sentí lo mismo que si hubiera sorprendido entre las páginas de un libro una foto de la infancia.

 
Luis Gómez Baquero

sábado, 24 de agosto de 2013

Débil

   Con frecuencia, después de un dolor grande, de un golpe fuerte, se nos queda a todos una especie de miedo crónico ya para siempre, algo así como una precaución latente que no nos abandonará nunca. Incluso en la manera de andar se nota un cierto titubeo blando en aquellos que alguna vez sufrieron mucho... Tal vez eso otorgue una impronta de debilidad que es muy hermosa, muy humana.


van Gogh

miércoles, 21 de agosto de 2013

De nuevo, mi homenaje

Copio el siguiente poema tomado del libro  Quienes rondan la niebla, de Rafael Adolfo Téllez:


HOMENAJE

En mi aldea, alguna vez,
mi hermana murió, la que bordaba,
la que cantó en las alcobas la canción del porvenir.
Murió en mí mi amor,
la oscura muchacha, la que quise.
Solíabtrenzar en las tardes, a mi lado, el infinito.
En su edad mis padres languidecen
al pie de un territorio de leyendas y sombras.


Murió mi eternidad y estoy velándola.



P.S. Y, mientras tanto, Antonio R.T. avisa en facebook del esplendor de la luna y me parece que todo tiene que ver y que viene junto...

P.S.2. Aunque Cristina no tiene nada de oscura y sí de claridad radiante, siempre lo ha tenido.


martes, 20 de agosto de 2013

Parte del placer poético

"Pueden responder a un poema emocional e imaginativamente, sin ser conscientes de la técnica con la que logra sus efectos, y eso está bien. La cuestión es, al fin y al cabo, el placer. Pero la poesía es arte verbal que les reclama que noten el medio por el que está compuesta. Ser conscientes de su lenguaje es parte de ese placer"

dice Ruth Padel (según mi traducción) en la página 5 del libro del que hablé en esta ventana hace pocas semanas.


Edouard Vuillard

sábado, 17 de agosto de 2013

Maneras de mirar (6): "El final de la fiesta" de Felipe Benítez



EL FINAL DE LA FIESTA

Copas sobre el césped, mojadas de rocío,
con manchas de carmines estridentes...


En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas
Y llegaba la música
en aladas bandejas invisibles del aire.
Los abrazos furtivos, el juego de señales
los disfraces barrocos y las niñas de nieve
posando de fatales con rosas en los labios.


Copas abandonadas sobre el césped, confeti
flotando en la piscina y un jirón de vestido
prendido en el columpio. 


                         Toda la irrealidad
de esa escenografía que los bailes de máscaras
tuvo para nosotros un sentido simbólico:
era la juventud,
vestida que sí misma, estrafalaria y loca,
quemando alegremente y sus bengalas,
porque el amanecer traería un viento frío,
una mala resaca como precio. 


                             Las copas
quedaron sobre césped, flores pisoteadas,
antifaces deshechos, sombreros, serpentinas
vagando en el estanque como estela de un barco
diminuto y fantasma que naufragó en el sueño
de aquella noche de verano. 


                             En las hogueras
de nuestro corazón los restos de una fiesta,
los restos de una vida.  Recogeré las copas,
guardaré mi disfraz en un cajón secreto.
Duró poco la fiesta. De nuevo cae la noche
y la luna se estampa sobre cielo desnudo.


                    (Felipe Benírez Reyes, 1960-  )



    Leer este poema es como ingresar en el ambiente de las novelas de F. Scott Fitzgerald (y quién no ha visto, al menos, alguna de las dos versiones cinematográficas de El gran Gatsby, con el lujo decadente y melancólico de sus fiestas nocturnas). Felipe Benítez le dedicó un poema al novelista allá por los años en que escribió éste. Pero la atmósfera de final de fiesta identificada con la juventud, la noche despreocupada que se acaba mientras va dejando el dolor de una felicidad marchita, o la descripción de los bares de copas en los momentos previos al cierre en la alta madrugada, no es un recurso exclusivo del poeta de Rota; otros, Carlos Marzal a la cabeza, lo utilizaron allá en la década de los años 80 del pasado siglo XX.  Benítez, el poeta del tiempo fugaz y la memoria furtiva, no podía dejar de tratar este topos generacional; y lo hace con una solvencia, con una efectividad emotiva inmejorables.

   Construye Benítez un planto, una endecha elegante (no olviden que la métrica más común de la endecha es el verso de siete sílabas y que este poema abunda en periodos fónicos de esta medida pues, salvo tres versos, todos son alejandrinos o heptasílabos). Es una endecha elegante, decía, porque lo que muere es la alegría audaz e impune de cierta edad y su dolor se parece más bien al de una honda nostalgia doméstica y agradecida.

   Observen cómo se potencia lo etéreo en ciertas expresiones: la música se extiende en "aladas bandejas invisibles del aire", el confeti queda "flotando en la piscina" como también debe flotar el "jirón de un vestido" pues ha quedado "prendido en el columpio" y lo mismo hacen las serpentinas que quedan "vagando en el estanque como estela de un barco / diminuto y fantasma que naufragó en el sueño".  El ambiente de este poema, no es el de la noche canalla, sino el volátil mundo de los sueños y tal vez por ello sean las niñas "de nieve" y su carácter fatal, únicamente una pose. Qué bien le vienen a este poema ciertas pinturas de Serny ¿verdad?. 

  Pero en estos versos se nos acaba hablando del amanecer que "traería un viento frío, una mala resaca como precio" y desde esas palabras, la atmósfera volátil y grácil del poema se empieza a evaporar, como al cumplirse el tiempo de un sortilegio (¿y qué otra cosa es la juventud en estos versos en los que la fiesta está basada en la ficción pasajera de los bailes de disfraces?) Se dejan ver ahora, pues, en esta parte final del poema, las "flores pisoteadas" y los "antifaces deshechos" para terminar desbaratando la ficción fugaz de la fiesta y sus disfraces efímeros con el adjetivo "desnudo" a modo de punto final y definitivo.

  No puedo dejar de señalar la fuerza de la comparación de la serpentina con la "estela de un barco". Los barcos de los poemas de Felipe Benítez nunca llegan y nunca regresan, se alejan siempre para perderse en la bruma, parten siempre hacia un destino desconocido y sin retorno porque son su símbolo personal de la fugacidad de lo vivido.

  Sólo me detendré pocas líneas más, las suficientes para mencionar el modo en el que la sonoridad del poema -su ritmo versal, quiero decir- apoya su carácter de elegante nostalgia ante lo perdido.  Dije que había sólo tres versos que no son heptasílabos o alejandrinos, pues bien, uno es un endecasílabo que divide la primera parte más extensa -la que he señalado aquí como volátil mundo de los sueños- de la parte final en la que empiezan a aparecer los signos del destrozo. La posición de bisagra de este verso respecto a todo el texto es, creo yo, una intuición poética espléndida. Los otros dos versos de los que hablo son los que abren el poema a modo de atrio:

   "Copas sobre el césped, mojadas de rocío,

con manchas de carmines estridentes"
 Después de este comienzo y sólo a partir del tercer verso del poema, se abre éste al mundo ideal del ensueño con un primer alejandrino: "En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas", que marca clarísimamente el clima de un ideal "sueño de una noche de verano" con todas sus reminicencias, desde Shakespeare a Scott Fitzgerald, pasando por las lánguidas ensoñaciones modernistas. Noten el ritmo estrictamente acentual, leyendo bien la sinalefa entre la 4ª y 5ª sílaba y la anacrusis de la sílaba "mo" en el segundo hemistiquio:

         Co-pas-     so-bre el-    cés-ped 
(mo)    ja-das-      de-ro-        -o





Serny

sábado, 10 de agosto de 2013

El artista y la modelo

   

  Hacía mucho, mucho tiempo que no me gustaba tanto una película. Su excepcional fotografía en blanco y negro, su ritmo, el tratamiento del asunto. Se trata de una reflexión profunda sobre la ceación artística. Una joya. Ni una sola secuencia es prescindible: la relación del artista con la obra, con la realidad de la que la obra es una reflexiòn, la autonomía de ésta, el sentido de la creación... lo aborda todo con una sencillez, con una honradez estremecedoras. 



   Me sonreí en muchas escenas durante la proyección. Una, por ejemplo, fue aquella en la que el artista le muestra a la joven modelo un apunte a lápiz de Rembrandt que recoge una escena doméstica. "Muy bonito", responde ella. Y el escultor no puede menos que enfadarse. Me recordé adolescente, corriendo adonde estaba mi madre con el radiocassette en la mano pidiéndole atención. "Escucha, escucha", le decía yo, y cuando ella me respondía: "muy bonito", se me caía el techo encima... No es que la palabra enoje,  es otra cosa, es que es tal la frustración... duele esa incomprensión, y entonces entiende una el mal carácter de muchos enfermos crónicos... es el dolor de la impotencia, de la soledad profunda.

   Poder hablar después largamente con E. sobre la película fue como sentir en la cara el agradable solecito tras mucho tiempo de frío y oscuro invierno.


Fotograma de la película

jueves, 8 de agosto de 2013

Dolor, belleza y poesía


   Me resisto a pensar que el dolor de verdad tenga nada de belleza y, sin embargo, el dolor es germen de poesía. Por eso me extraña tanto que poetas a los que admiro mucho hablen de poesía o de arte en términos de belleza.  Sólo dos cosas estoy dispuesta a conceder, a saber: a) que el proceso poético del dolor (aquella transmutación del dolor puro en emoción factible de ser reconocida y comunicada o aprehendida)  requiere una cierta ordenación del caos, que es siamés del dolor; y b) que la belleza, cuando es honda, duele. 

   Tendré que reflexionar sobre todo ello.

Frida Kahlo

martes, 6 de agosto de 2013

Frutería y sintaxis

   Bajo este título de entrada tan, digamos, peculiar pretendo compartir una anécdota que me dejó boquiabierta. Resulta que ayer por la mañana, cuando me acerqué a la frutería a comprar unos tomates y unos pimientos para asar, escucho lo siguiente entre el dependiente, la cliente que me precedía y un niño de unos ocho años que la acompañaba:
  Cliente.- ¿A cuánto están las berenjenas?
  Tendero.- Dos treinta, dos kilos.
 Niño pequeño.- (A la señora) Será "dos kilos, dos    treinta".
   No me lo podía creer, ese niño tenía una intuición sintáctica impresionante. Ni la madre ni el tendero le prestaron la más mínima atención pensando, seguramente, que el niño era un impertinente y un estorbo. Naturalmente el chiquillo no habría oído hablar jamás de lo que era un sujeto (¿o sí? con estos planes de estudios demenciales, no sabe una nunca), pero lo reconocía mejor que algunos de mis alumnos de bachillerato. Había intuido de manera natural que las palabras que deben abrir la expresión (la oración, claro) en una estructura atributiva en español son las que señalan la sustancia, la cosa en cuestión, y que el precio no era más que una atribución y por eso en nuestra lengua le correspondía, a menos que el énfasis fuerce otra posición, ir detrás.
   Que sí, que sí, que no lo estoy inventando, que es verdad, que el niño existe. Estuve a puntito de pedirle nombre, edad y domicilio para hacerle un seguimiento, pero me contuve, no porque la familia pudiera desconfiar de tanto interés inaudito, sino por no corroborar la sospecha de que el don acabe malográndose en pocos años.

Murillo

sábado, 3 de agosto de 2013

Maneras de mirar (5): "La hora infinita"

       LA HORA INFINITA

   Es el umbral en que mi madre interroga al poniente,
   en un día de 1975.
   Es una encrucijada de caminos.
   Alguien con un bastón hecho con ramas del árbol del olvido
   desató sus pasos.
   Es el sitio en que puse, de niño, rosas al porvenir.
   Es un verano antiguo y un alboroto de muchachas
   y la callada puerta que cruzaré un día por vez última.
   Es la muerte de mi hermana.
   Es un gallo en su hora infinita.
   Es eso que está en mi voz
   y de algún modo salva mi vida y la perdona.

                  (Rafael Adolfo Téllez, 1957-   )



  La madre, la hermana muerta, una puerta, las imágenes aldeanas, la omnipresencia del pasado...   La poesía de Rafael A. Téllez es una de las más personales de nuestra literatura; su clima es siempre reconocible. Este poema lleva su sello. 
 
  Propongo abordar este poema empezando por el vocabulario, porque éste lo tiñe de una sensación general de sencillez que ronda la indefensión. Téllez rebusca siempre lo que esté exento de oropel, lo que insiste en un cierto regusto broncamente elegíaco: rural y realista, íntimo y sobrio. Privilegia intuitivamente ciertas palabras claves para su poesía situándolas al final de cada verso, donde el buen lector debe detenerse unas décimas de segundo más por la pausa versal obligada, por el salto de línea que hacen los ojos... A las palabras les da tiempo de latir mínimamente más en el cerebro, que no por otra razón la poesía prefiere el verso a la prosa, sino para aprovechar esas connotaciones que ofrece la pausa versal y los posibles ecos que de ésta surjan. En este caso "poniente", "olvido", "vez última", pero también "mi hermana" (los lectores
de este autor conocen la carga de dolor tácito que la presencia de la hermana, la hermana muerta, presta a cualquiera de sus poemas), todos ellos son vocablos, sintagmas que de alguna manera comunican la languidez triste de lo que se pierde. Otra palabra que corrobora el clima elegíaco es "muerte", claro está, pero ésta no necesita ir seguida de pausa ni nada para que por sí misma resuene.

   Encontramos también un texto organizado en una estructura bastante más significativa de lo que parece: si el poema recoge una "hora infinita" es porque está compuesto con un orden que no dudo que sea intuitivo, como todos los grandes aciertos de un poema,  pero que sin duda cifra en él su emoción. Asistimos a instantes del pasado y del futuro que se comprimen en un presente actual y a la vez continuo gracias a la anáfora persistente de "Es". Observen si no los tiempos verbales ("desató", "puse", "cruzaré") o esas expresiones que recogen la síntesis del pasado y el futuro: "puse (pasado)... al porvenir" y "cruzaré (futuro)... por vez última". Por eso quien porta el bastón de "ramas del olvido" (personificación del tiempo) ha "desatado sus pasos". Y, si desata sus pasos, es decir, su avance, ¿no es verdad que no hará otra cosa que mezclar lo pasado con el futuro, que es lo que consigue esta larga enumeración de instantes impresos en la sensibilidad del poeta volviéndolo todo pura simultaneidad infinita?

   Y ahora... ah, la forma, qué especial es el ritmo de la poesía de Rafael Téllez. Sabemos que el poema tiene una armonía oscura que no se ajusta al cómputo silábico convencional ¿de dónde le viene esta eufonía? Yo creo que construye de modo instintivo sus poemas por medio de algo parecido a los pies métricos en las literaturas clásicas, aunque mucho menos encorsetado. Esto no es desde luego algo que Rafael se haya sacado de la manga. Desde los endecasílabos de gaita gallega populares, a los poemas del primer modernismo hispánico, pasando por los versos de arte mayor castellano del siglo XV, la poesía en español ha utilizado las secuencias de sílabas tónicas y átonas para marcar ritmo; aún más, no hay endecasílabo culto en español bien construido que no responda también a ciertos patrones acentuales como todos sabemos. Me costó un tiempo descubrir que el poema que hoy traigo a esta ventana sustenta su ritmo precisamente en la repetición de patrones acentuales: 

El primer verso repite el patrón de tres sílabas átonas seguidas de una tónica: 
   es-el-um-BRAL 
   en-que-mi-MA
   dre-in-te- RRO (ga).

El segundo, sigue el esquema de dos átonas seguidas de una tónica:
   en-un-DÍ
   a-de-MIL
   no-ve-CIEN
   tos-se-TEN
   ta-y-CIN (co)(sin sinalefa)

El tercero, se compone de pies que constan de una sílaba tónica seguida de tres átonas dejando la sílaba de la anáfora en anacrusis, esto es, fuera del cómputo:
   (es)
    U-naen-cru-ci
    JA-da-de-ca (MI-nos)

El verso cuarto sigue con el esquema tónica-átona-átona-tónica átona-tónica:
   AL-guien-con-UN-bas-TÓN
   HE-cho-con-RA-mos-DEL
   
Después repite el esquema átona, átona, tónica, átona, tónica, átona... Y así podríamos seguir hasta el final dejando libres de estas repeticiones rítmicas apenas unas cuantas palabras sueltas y significativas.

   El poema es, en resumen, enumeración sólo aparentemente caótica y que, además, está dividida en tres grupos de tres enunciados. En cada grupo encontramos una estructura idéntica: dos de los tres enunciados intentan compendiar pasado y futuro y el tercero es una frase conclusiva que implica muy directamente al poeta(*). 

  El lector está, pues, leyendo un inventario de experiencias que se saltan la linealidad temporal de forma buscada, percibiendo el presente marcado por un pasado cargado de promesas futuras ya segadas. Al otro lado del texto, el poeta se sabe un compendio de todos esos fracasos. En medio de este clima, aparece repetido el que es tal vez el símbolo personal más constante de Rafael A. Téllez, la puerta, el umbral, el único futuro que no le ha sido amputado. Las puertas de Téllez (Si no regresas junto al portón oscuro se llama el primer libro que este poeta publicó) dan paso siempre a ese eterno presente que es el mundo en el que se hallan los que ya no están, a los juegos con la hermana, a la aldea de su infancia ya irrecuperable, a los padres jóvenes... Así, traspasar su umbral es abandonar la medida del tiempo, es entrar en el ámbito de los que se marcharon y que no es otro que el tiempo infinito.


Hong Viet Dung
(*) Veamos cómo: 

   En el primer grupo (cinco primeros versos): primer "Es" que presenta a la madre, en una puerta, escrutando el final del día, durante un día del pasado; segundo "Es" y la encrucijada de caminos (referencia el futuro, todo camino ha de llevar a una meta después); conclusión: el tiempo y su olvido da marcha atrás.

  En el segundo grupo: primer "Es", y el niño que mira al porvenir; segundo "Es" el pasado y  la juventud con su carga de vida que intuimos fracasada. Conclusión: el poeta se cita aventurando su muerte.

  En el tercer grupo: primer "Es", la muerte de la hermana; segundo "Es" el amanecer que no llega a despuntar nunca; tercer y último "Es" conclusivo de todo el poema: el poeta se siente constituido por todos esos sucesos percibidos y se siente justificado en ellos.