jueves, 31 de octubre de 2013

Halloween, Tosantos y Difuntos

   Recuerdo que, de niña, las monjas de mi colegio, las queridas Hermanas Carmelitas de Vedruna, nos repetían en clase que no había que confundir el Día de Todos los Santos con el Día de los difuntos. Yo llevo años convencida de que la sabiduría popular hace muy bien mezclándolo todo y festejando a sus difuntos más queridos el día en que veneramos a Todos los Santos anónimos. ¿Habrá algo que despierte mejores sentimientos que esta solidaridad intemporal de confiar en la intercesión de los que ya han muerto mientras rezamos por ellos? Qué diferencia con la mala chirigota que montan los anglosajones -y de la que se han imbuido por aquí los más jóvenes- en torno a la muerte. Ya expuse hace un año en esta ventana por qué me molesta especialmente semejante chacota indigna que me cambia la oración de intercesión y la Comunión de los Santos por un antipedagógico trato con amenaza, la representación de una dignísima obra teatral en verso por un medio akelarre infantil e incluso la repostería exquisita de los "huesos de santos" por un puñado de caramelos baratos.  Lo dije entonces y lo repito este año: chocante, ordinario e innoble. 

T.W. Roberts



lunes, 28 de octubre de 2013

Sobre Atenas

   Leo pausadamente Atenas, de Juan Vicente Piqueras, y celebro la iluminación honda de unos poemas que desmenuzan ese vértigo leve, esa sensación de resaca marina que dejan las mudanzas -con su aceptación del espacio-sorpresa-  las arribadas, las esperas, pero también los abandonos. Como iconografía natural del libro, el mundo de la antigua Grecia insinuando laberintos, penélopes y oráculos (presentes, pasados y futuros), pequeñas conmociones que propicia todo destino, todo viaje. Piqueras no habla de Grecia mientras menciona a Grecia. Habla de mí.

   Echaba yo ya en falta esta clase de sorpresa del espíritu, que es el efecto de la auténtica poesía: impensadas complicidades. El poeta parte hacia Atenas y su geografía limítrofe, al comienzo del libro, como quien desata amarras para adentrarse en el mundo de los mitos que fueron suyos siempre pero que estaban lejos. Abandonará también al final ese espacio, pero...

     "Ya lo dijo Plutarco:
      Cuidado con las cenizas"
                  (pág. 57)


miércoles, 23 de octubre de 2013

El pasado feliz e Ingeborg Bachmann


   Es lo que tienen la felicidad y la belleza, que su recuerdo vive siempre. Supongo que no podemos retener eternamente ese estado de gracia en su tiempo perfecto, pero el extraño dolor que nos pueda deparar el declive será una amenaza también gloriosa. 


lM GEWITTER DER ROSEN

 Wohin wir uns wenden im Gewitter der Rosen,
ist die Nacht von Dornen erhellt, und der Donner
des Laubs, das so leise war in den Büschen,
folgt uns jetzt auf dem Fuß

             (Ingeborg Bachmann)

("EN LA TORMENTA DE LAS ROSAS / allá hacia donde nos volvamos en la tormenta de las rosas / se ha iluminado la noche de espinas, y el trueno / del follaje, que tan suave era en los arbustos, / nos pisa ahora los talones.")

Corot

lunes, 21 de octubre de 2013

Cordando

   Es curioso qué cantidad de formas diferentes es capaz de adoptar el dolor, conforme pasa el tiempo, sin dejar de ser dolor.


sábado, 19 de octubre de 2013

Maneras de mirar (8): "De este millar y pico..."; Víctor Botas


DE ESTE MILLAR Y PICO...

De este millar y pico
de libros que celosamente guardan
los anaqueles de mi biblioteca,
apenas diez
o doce
merecen ser nombrados. (Tu mirada
me falta;
de otro modo
toda literatura sería inútil).


   Mi amigo de ventana, don Alberto Boutelier, recogió hace unos días este poema en los comentarios de la última "asomada"; y qué cosa mejor que recurrir a los textos por los que se interesan mis escasos lectores para proponer una "Mirada", sobre todo cuando esos textos resultan ser tan de mi gusto, que para eso también es para lo que sirve la poesía, para "darse el gustazo".

   Y estos versos son tan borgianos por su sobriedad, por su léxico (en Borges aprendí a llamar exótica y arábigamente "anaqueles" a las insípidas "repisas"), lo son también por sus referencias... ¿Pero es que hay algo más borgiano que una enorme biblioteca? ¡plantearse resumirla en poquísimos volúmenes, o, mejor, en un único signo -¿por qué no una mirada?-. Y la mirada de la persona amada se convierte así en un aleph

   Se divide el poema en dos partes muy evidentes ¿verdad?: por un lado está la seca afirmación del lector exigente, con su casi precisión numérica; por otro lado encontramos el inciso personal que va entre paréntesis -como señalando así un aparte de carácter íntimísimo- a modo de contrapunto de emoción honda y sin aspavientos, una emoción que aparece aparentemente de refilón en el poema y que deja su carga de profundidad así, como quien no quiere la cosa. A la sensibilidad contemporánea no le gustan las grandilocuencias; Bécquer lanzó un "¡por una mirada un mundo!" pero hoy eso nos suena a sobreactuado. Botas, tan contenido él, tan borgiano siempre (aún más en sus primeros libros como lo es aquél del que tomamos el poema), no lo exclama,  me lo hace saber en el susurro de un paréntesis: me murmura bajito que la biblioteca más completa, la selección más exquisita de sus volúmenes, no son nada frente a cierta mirada...  Y ya está, emoción provocada y poesía cumplida, poema perfecto. 

   Pero, bueno, el poema es perfecto también porque notamos que la forma métrica no sólo se pliega a esa técnica de la precisión discreta (el metro es el de la poesía culta española de todos los tiempos: la mezcla de endecasílabos y heptasílabos), sino que es el aliado principal del mensaje poético. Sí, el poema es una breve silva blanca, no lo parece porque dos heptasílabos se han quebrado en dos partes, pero son heptasílabos perfectos: "apenas diez / o doce" y "me falta / de otro modo".

   Y ¿se convierte el metro en clave del mensaje poético?, pues sí, rompiendo en dos los heptasílabos esperados. Si algún lector ahora se está preguntando a qué se debe esa quiebra del heptasílabo, yo le diría que la pregunta no debe ser a qué se debe, sino qué se le debe a ella. Se le debe la llamada de atención sobre las palabras con las que se cierran los cortísimos versos surgidos: me refiero al redondo "diez" y, sobre todo, al verbo "falta"¡Claro! es que las pausas versales están señalando, están ayudando a corroborar la emoción del poema: Que el poeta diga que los "diez" (y pausa) mejores libros que jamás se hayan escrito merezcan su atención sólo porque esa cierta mirada le "falta" (y pausa), es darnos ese pequeño tiempo que necesitamos para darnos cuenta de que teniendo esa mirada "toda literatura sería inútil". ¿No nos dejan estos versos el temblor más convincente de que es cierto aquel conocido verso de Bécquer? 


Rosa Mrtínez-Atero

martes, 8 de octubre de 2013

Asunto de neuróticos...

   Oí hablar de Víctor Botas por primera vez allá en el verano de 1994, creo  -¿o fue en el 95?-. Lo mencionó García Martín en Medina del Campo no sé si en su conferencia o en las conversaciones durante las comidas de aquellos cursos de verano que organizaba la Universidad de Valladolid. Yo no sabía por entonces que tal poeta existiera, ni que su obra me iba a parecer tan admirable cuando lo leyese, aunque ha ayudado a mi entusiasmo por su poesía reconocerla tan borgiana y tan clásica (lo uno implica lo otro, por supuesto); su verso, tan elegante, tan preciso, tan agudísimo.  Lo traigo hoy a esta ventana porque me ha prestado E su Poesía Completa en la edición que ha sacado La Isla de Siltolá hace apenas un año -por cierto que qué bellísimo es el volumen físicamente y qué acertado en su contenido al excluir aquella parte de la obra poética que el autor no quiso prodigar-. El libro incluye el prólogo que el propio Botas escribió para tal compilación de su obra en 1993, breve y certerísimo, espléndido como es su poesía. De él extraigo estas palabras con las que describe sus inicios de poeta y, de paso, como quien no quiere la cosa y en dos brochazos rápidos, nos deja su propio canon y da un repaso crítico a la poesía bastante atinado -aunque a lo de Juan Ramón le pondría yo alguna excepción, desde luego-:
   "La poesía, que es inmortal y pobre, es además asunto de neuróticos, escuela de parásitos, nido de pedigüeños y fácil coartada para lucimiento (siempre queda bien poner un poeta en cualquier acto oficial) de políticos abecedetos. En lo que a mí atañe, sospecho que me alteró el espíritu y poco a poco me fue llevando a una casi perfecta inutilidad, con el consiguiente coste económico que semejante situación conlleva.  
(...)la poesía -la literatura,mejor- me tenía enganchado, cogido a base de Virgilios, Quevedos, Cernudas y demás embaucadores. Y esto desde muy atrás, desde los quince o dieciséis años de mis lecturas de Kipling y Salgari. Yo quería imitarlos, ser como ellos, y Shere Khan, el tigre de mi infancia, seguía deslizándose sigiloso desde los vericuetos de mis meninges ya treintañeras.

   Para colmo de males, una tarde de invierno, en León, me topé con Borges, que también hablaba de tigres, que no era un fanfarrón verbal como Neruda, ni un cursi como Juan Ramón, ni un monótono blandengue como Salinas. Borges fue la puntilla..."

domingo, 6 de octubre de 2013

El fondito triste

   Tienen desde siempre los domingos un fondito triste, una especie de regusto ligeramente amargo que con los años se me ha quedado pegado a nosequé meninge rara en el cerebro o en esos espacios mínimos que de puro invisibles se nos figuran míticos. Sí, por esos rincones debe de andar esta sensación, tan enquistada, que ni el levantarme tarde ni la misa la esquivan. 
   Salir por el centro de la ciudad siempre ha sido tumbante: ver a las parejas, a las familias como dándole bocanadas al solecito buscando una migaja de queseyó insuficiente me pone triste.
  Tal vez es que el domingo siempre trae la sensación de expectativa frustrada de antemano: el descanso feliz, la armonía, la paz... nos fueron prometidos, cuando lo que acaba viniendo en realidad de la mano del día son los compromisos ineludibles, la pesadez de algún pariente, o -y aquí viene lo peor- el aviso del lunes que va ya dejándote el aliento perseguidor en el cogote...  Ay, el terrorífico soniquete de los partidos de fútbol radiados que un tío mío se ponía después de la merienda, esa cacofonía prolongada -aunque bajita, muy bajita- que acompañaba al convencimiento de que todo el día había sido un simulacro forzado de la felicidad. Y, mientras tanto, adivinabas ya a tu madre en tu cuarto, sacando del armario el uniforme del colegio planchadito, muy bien planchadito.


Bazille