domingo, 28 de julio de 2013

Un extraño pudor

   Estamos marcados por nuestro origen divino. Nos atrae el bien, el amor -y sus vástagos como la generosidad-, lo eterno y lo bello. En esos cuatro valores está nuestra alegría y nuestra paz; su carencia nos enferma ¿Por qué a veces me da un extraño pudor reconocerlo?

Miguel Ángel Buonarroti

miércoles, 24 de julio de 2013

Maneras de mirar (4): "Según se escribe" de Javier Almuzara

   
     SEGÚN SE ESCRIBE

       Habla la tinta
       del amor y la muerte,
       yo sólo tiemblo.

       (Javier Almuzara)


   Tres brevísimos versos bastan a Almuzara para encerrar lo que en un manual de Teoría Literaria abarcaría un largo capítulo, cuando no todo un tomo. Pero resulta que Almuzara, además, no sólo nos enseña racionalmente en qué consiste el acto creativo, sino que, como cabía esperar, lo demuestra (por eso el texto es un breve poema y no un ensayo, claro).

    Estos versos dicen con nitidez que ellos ("la tinta") son el poema y sabemos que un poema escrito es una obra inamovible y pública; frente a la poesía que es la que genera el poema y que es un acto íntimo, privado, esto es, un temblor personal (Almuzara no lo dice, pero la poesía también se suscita cuando alguien lee un texto poético). El poema, es decir, "la tinta" "habla" porque es una construcción cuyos elementos constitutivos son las palabras, palabras fijadas; la poesía en cambio es dinámica, no permanece, sino que se renueva con variantes en cada lectura porque cada emoción es irrepetible. Un poema es, pues, el vehículo de la poesía. En este contexto, la expresión "sólo tiemblo" no deja de ser una paradoja de modestia, ¿cómo que "sólo"? La poesía es ese temblor, "hablar" "del amor y de la muerte" no constituye un poema sin él, como hablar de en qué consiste escribir un poema (que es lo que hacen estos tres versos) tampoco constituye poema, claro. Por eso yo diría que la clave estilística de estos versos está en esa paradoja de modestia que, además constituye un cierto doble sentido (disemia) muy interesante porque es una imagen del movimiento de escribir que es menudo, humano, sale de dentro, se refleja en las manos...

   El título de estos versos tampoco es baladí: es importante saber que, lo que se dice en esos tres versos, se dice respecto al punto de vista del escritor del poema. Se me ocurre que defender el temblor de quien escribe es defender la verdad de su emoción origen, porque todos sabemos que la anécdota en que se sustenta un poema puede ser ficticia, no así la emoción. Ésa tiene que ser verdadera. El temblor ha de estar en el origen del poema, en él radica la poesía. Los mismos versos de Pessoa que desataron en los años 80 toda una exacerbación del carácter ficticio de la poesía, continúan de un modo que a veces olvidamos:
   "El poeta es un fingidor,
finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente"
    La negrita, naturalmente, es mía. Un poema que no se sustente sobre una emoción auténtica se queda en un artificio de retórica interesada. La necesidad de esta verdad peculiar de la poesía la defiende muy bien Auden en su ensayo "Writing". Lo he buscado y las frases de Auden podrían traducirse así:
    "Un poeta está continuamente tentado de hacer uso de una idea, una creencia, no porque sea verdadera, sino porque vea que tiene posibilidades poéticas interesantes. Puede que no crea en ello pero sí es necesario que sus emociones estén profundamente implicadas"
    No puede estar más clara la importancia de ese temblor (y la negrita vuelve a ser mía, pero fundamental).

   Por otra parte, no debemos nunca olvidar la importancia que tiene la forma del poema para su completo significado: La métrica es la ortodoxa del haiku en español. Pero el poema no es un haiku, no un haiku con todas la de la ley, porque no recoge la impresión de un momento de la naturaleza. ¿O sí?. Y además ¿no es el principio de la poesía  -la que queda encerrada en un buen poema, como lo es en un buen haiku-  el resultado de una emoción más o menos fugaz que alguien fija con palabras?   



                                                          Kaigetsudô Koshin

domingo, 21 de julio de 2013

martes, 16 de julio de 2013

Maneras de mirar (3): Canto XXXV

      CANTO XXXV

    Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
    He respirado al lado del mar fuego de luz.
    Lento respira el mundo en mi respiración.
    En la noche respiro la noche de la noche.
    Respira el labio en labio el aire enamorado.
    Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
    respiro con la savia de los troncos talados
    y como roca voy respirando el silencio,
    y como raíces negras respiro azul
    arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
    Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
    sombrío de mis venas toda la luz del mundo.

                (Antonio Colinas 1946- )




    En Antonio Colinas ha existido siempre una tendencia a la contemplación, aunque esa propensión suya no diera la cara claramente hasta que en 1983 publicara Noche más allá de la noche, que es el libro del que extraigo este "Canto XXXV"  -y qué título de resonancias más místicas, ¿verdad?-. 



   En los versos de este poema, la primera persona describe minuciosamente un respirar la naturaleza en la luz y en la ausencia de luz ("la noche"), en el silencio y en los sonidos, en el color y ante la propia falta de éste ("raíces negras")... y esa respiración no es más que una manera de llevar adentro de sí mismo, integrándolas, todas las sensaciones del paisaje en una sinestesia totalizadora ("el mundo respira en mi respiración", escribe y, sin pretenderlo, hay mucho del Juan Ramón Jiménez último en este poema). 



      Pero también hay otras repeticiones sensitivas en una especie de juego de muñecas rusas, esas que siempre tienen dentro otra idéntica a ella, consiguiendo así una insistencia que lleva hacia lo más hondo de la percepción, lo que a mí me hace pensar en algo así como sutiles mantras estilizados ("en la noche respiro la noche de la noche", escribe, o  "el labio en labio el aire enamorado", que, además, subraya esa especie de eco del labio que incita al labio que a su vez incita al labio con la aliteración marcadísima provocada por los acentos prosódicos que recaen sólo sobre las aes ("el lAbio en lAbio el Aire enamorAdo").

     Y en todo esto, la imagen de la respiración es fundamental porque ¿qué otra cosa es la respiración, sino llevarse adentro el exterior? Y como la respiración es un movimiento repetido, Colinas insiste en términos del campo léxico de respirar ("respirar", "he respirado", "respira", "respiración", "respiro"...). Por cierto, que centrarse en la respiración es una técnica común en la meditación contemplativa.


   ¿Se han fijado ustedes en que prácticamente todos los versos son alejandrinos? ¿y no creen que los dos hemistiquios de cada uno de estos versos se avienen muy bien con el movimiento de inspiración y expiración de quien respira? A Colinas le gusta mucho esta forma métrica y la emplea frecuentemente en sus composiciones, pero, en este caso, el acierto intuitivo es enorme; como es también un acierto el único verso que incumple el esquema métrico ("y como raíces negras, respiro azul"), cicateándonos unas sílabas... Y es que ¿qué emoción profunda no nos corta a veces un momento la respiración rompiendo un segundo su mecánica de fuelle? Pero, encima, eso ocurre en el penúltimo verso del inventario de sus respiraciones sinestésicas, el que cierra la relación de éstas junto a la aliteración, imitadora de los murmullos del viento entre las hojas de los árboles: "aRRiba en los Ramajes de veRdoR RumoRoso". 

   Con estos dos versos la interiorización de la naturaleza se ha cumplido, se ha inhalado, por decirlo así. Los otros dos versos que restan son la antítesis conclusiva, el efecto de la observación contemplativa que no es más que una integración con la naturaleza a modo de imitación del éxtasis místico: "pasa en el cauce / sombrío de mis venas toda la luz del mundodonde el interior oscuro del hombre (sus venas) queda iluminando al hacerse uno con la luz del paisaje (como quien llega a una peculiar vía unitiva a través de la iluminativa, una vía unitiva sin Dios.

   Es que Antonio Colinas es un contemplativo laico, un místico New Age y, no les quepa la menor duda, de esa manera de estar ante las cosas es de donde le viene a su poesía una extraña armonía pancultural.



Monet

sábado, 13 de julio de 2013

Pedro Salvatierra al piano

   Anoche fue investido académico Pedro Salvatierra. A la enorme satisfacción que este hecho me ha producido por la categoría artística -qué maravilla escucharlo al piano- y  humana -qué tremenda calidez-, se  une el hecho de que su sola presencia me evoca episodios muy queridos del pasado.
   Que esta entrada sea un homenaje múltiple recordando la estrofa final de un poema de Gerardo Diego que me sirve muy bien para recoger lo que fue el solemne, espléndido acto de anoche.

                LOS ASTROS CIEGOS
   Son los astros que suenan
   las músicas nocturnas.
   Los que huelen
   las esencias nocturnas.
   Los que besan
   los éxtasis nocturnos...
   Aquella noche
   fosforecían todos. ¡Divinos
       fuegos artificiales!


   Vaya con esta entrada mi profunda admiración por los voluntarios, ese grupito de personas cultas y generosas, de la Academia de Bellas Artes Santa Cecilia, con Gonzalo Díaz Arbolí, secretario del Cuerpo de Académicos, a la cabeza.



miércoles, 10 de julio de 2013

Maneras de mirar (II): "Para ti nada más..."

   Para ti nada más era el milagro:
que se pusiera el sol tan suavemente
como cordón de aceite sobre el pan
y que en las rosas últimas de otoño
aún resistiera intacto su perfume.

Y extraordinario fue sin duda el hecho
de regresar a casa mientras ibas
con amor desbordado por el mundo
y por saberte vivo, tan de gratis.

Y ni los vinos del Duero, ni el Rioja
te supieron mejor que el agua fresca
que te aplacó la sed, otro milagro
rescatado de pronto de la infancia.

Ahora para ti solo, Andrés Trapiello,
tienes al clave a Mozart en tu cuarto,
y sólo para ti interpreta músicas
más firmes que la noche de las Osas

con su luz no envidiosa de otras luces,
armonías y sones acordados
como jamás el corazón de un hombre
haya sentido y como nunca tú,
de cuna tan humilde, imaginaste.

¿Cuántos reyes pudieron en su vida
vivir tantos prodigios, si es que acaso
pudieron descubrirlos en la corte
o en medio de batallas ya olvidadas?

Feliz aquel a quien con mano parca
el dios le concedió lo suficiente.
Y a quien le diera más, le sea leve
la tierra donde acabe, y más la vida.

          (Andrés Trapiello, 1953-  ) 


   ¡Ay, los temas tópicos de la literatura clásica, qué vitalidad siguen teniendo!  ¿Cómo es posible que esta nueva incursión en el Beatus ille horaciano que hace Andrés Trapiello ya en  el  siglo XXI siga afectándonos? Todos conocemos el poema de Horacio que da nombre al tópico (pueden ver aquí el texto original y su traducción al español) y aún conocemos mejor la versión de Fray Luis de León allá en la segunda mitad del siglo XVI (aquí). Son textos prácticamente escolares.  Menos conocidas son las versiones de Arturo Dávila (ésta molestamente machista), la bella y cotidiana de Claudio Rodríguez en el poema "Alto jornal", la buscadamente banal con su puntito canalla de Luis Antonio de Villena que tituló "Un tema de Horacio"... El poema de hoy, de Trapiello, fue editado en 2001 como poema final del libro Rama desnuda, y yo tengo para mí que en este poema pervive, de manera tal vez inconsciente, el de Claudio Rodríguez; lean si no estos versos de D. Claudio: 
"Dichoso el que un buen día sale humilde / y se va por la calle (...) y de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto / y ve, pone el oído al mundo y oye, / anda y siente subirle entre los pasos / el amor de la tierra (...) vuelve a su casa alegre y siente (...)". 
Aquí está el camino y la llegada a casa, el asombro como de "milagro" ("¿qué es esto?") y también "el amor de la tierra"  ("por el mundo", en Trapiello), el valor del sonido... La forma métrica también es la misma (endecasílabos blancos). Pero además está en éste de Trapiello el eco de Fray Luis salpicándolo todo, y no sólo el de la "Oda a la vida retirada", hay una mención pitagórica a las constelaciones, "las Osas", en relación con la música y sus "sones acordados" que está en la "Oda a Francisco Salinas" del agustino.

   Pero aún no he contestado a la pregunta: ¿por qué he elegido el poema de Trapiello y no otro?, que es como decir: ¿por qué me conmueven especialmente esos versos? A esto sólo puedo contestar que no lo sé. Tal vez hay en este poema dos claves que me lo hacen particularmente emocionante: una es su movimiento climático (el texto está encaminado a su eclosión final con el enunciado del tema de modo sentencioso); la otra, el cuidado por evitar las generalizaciones que implica todo tópico, concretando en el poema una experiencia directa, personal y actualísima, que sólo al final deviene en sentencia generalizadora . 

   Respecto a la progresión climática del poema, diré que no es habitual en su tratamiento: Horacio, como Fray Luis, como el propio Claudio Rodríguez o el mejicano Dávila, dan comienzo a sus versos con la expresión: "Feliz aquél" o alguna variante cercana.

 En este movimiento climático del poema hay dos partes muy claras  antes de la conclusión final.  La primera parte es el pasado reciente: Trapiello recuerda los momentos previos a la llegada al hogar durante un atardecer de otoño; la segunda parte, el presente concreto desde el que escribe: la noche de ese día escuchando un disco de Bach que comienza con el adverbio "Ahora" y que se encuentra en la estrofa central del poema, la misma que contiene su nombre propio. Las dos partes están bien marcadas por una anáfora que abre cada una de ellas: "para ti" ; Por último, llega la exclamación final en un presente gnómico, sin tiempo.

  En cuanto a la evitación de la generalización que implica todo tópico, creo que se manifiesta en que los versos detallan la experiencia concreta de una tarde-noche suya, y sólo ella, mencionándose el poeta con su propio nombre y apellido justo en el centro del poema, aunque con un tú pudoroso más grato al lector y que lo envuelve. También la anáfora es un señalarse a sí mismo doblemente: "para ti nada más era el milagro"; y,tres estrofas más abajo: "para ti solo..." 
  
  Pero tal vez lo mejor del poema sea su manera de tratar la belleza de lo humilde, que nos es muy cercana. En la primera estrofa ya nos asombra una comparación, inesperada por lo cotidiano y local de su término imaginario: el sol se pone "como cordón de aceite sobre el pan", qué maravilla de símil que viene preparado por las aliteraciones suaves de las eses del verso anterior: "Se puSiera el Sol tan Suavemente" (recurso también muy de Fray Luis). No hay que decir nada más, el tono humilde ya se ha establecido y desde ahí se nos concreta un paisaje, un tiempo; nada hace sospechar aún el tema tópico hasta que el verso 10 introduce el primer contraste con el mundo del prestigio: los vinos. 

  Si lo humilde cotidiano le parece un "milagro" asombroso de bien y de belleza, la mención a "el dios" en la última estrofa se hace en minúscula (nombre común)pero con artículo determinado. Dios, que otorga la muerte y la vida y que permite sus sucesos, según se reconoce en la estrofa final, está entre las cosas comunes, pero único entre ellas. Se aleja además con esta expresión de aquellas usadas en contextos confesionales cristianos; ¿qué dios? "el dios" para ti, aquél en el que tú creas... y el lector moderno, que tiene sus modernos prejuicios, no se pone a la defensiva.

  Hasta el final de la segunda parte no habrá evidencia del contraste entre lo valorado -la humildad aldeana-, frente a lo rechazado -el mundo de los poderosos mencionado en los reyes de antaño- (y aquí, de nuevo, esa graduación hacia el climax final del poema). Los cuatro versos finales caen así, inesperadamente, con su tono sentencioso y lapidario, y entonces reconocemos el enunciado del tema tópico -subrayado por una llamada de atención:  la rima asonante entre "suficiente" y "leve", la única de todo el poema- y en ese momento... ¡anda! ¡pero si lo que estoy leyendo es un Beatus ille! Y entonces, al placer de la armonía, al placer de la identificación con el texto sobreviene el placer intelectual del decubrimiento. Y se dice una que ¡claro!, que cómo no un Beatus ille en un autor cuyo segundo volumen de poesía se llamó Las tradiciones.

Van Gogh

   

sábado, 6 de julio de 2013

Días

   Hay días que se parecen a esos vagones de tren de cuando eras muy joven, por su lento tumulto bullicioso, y días que transcurren igual que motos de pizzero; hay días como barcos solitarios de vela en la mañana luminosa y otros que son taxis varados en atascos y con el contador en marcha.

Carlos Casu

miércoles, 3 de julio de 2013

Maneras de mirar (I): "Expreso (2)"

      EXPRESO(2)

Tal vez, de madrugada, algún viajero,
contemplando la triste asimetría
de la ciudad partida en dos por ese
terraplén elevado por el que se desliza

su tren, o meditando
a la luz de las lámparas veladas
de los compartimentos, repare en mi ventana
encendida. Tal vez incluso advierta

mi sombra recortándose
tras los cristales. Poco ha de durar
este espacio común de noche entre nosotros:

el viajero recuerda extrarradios hostiles
en la oscuridad; yo trenes que pasan
de largo a intervalos regulares.

                    (José Manuel Benítez Ariza, 1963- )

   Siempre repito que lo que justifica la validez de un poema es la emoción, pero no la que lo ha provocado (no la del autor) sino la que es capaz de suscitar (la del lector); y también, al hilo de esto, añado que la emoción de un buen poema no se mide en cantidades, sino en calidades, es decir, lo rica que ésta es en sutilezas difíciles de comunicar (la sentimentalidad primaria no es cosa de un buen poema).
   También repito siempre en clase que, ante un poema, lo primero es disfrutar de él sintiéndose uno identificado y explicado íntimamente en sus provocaciones emocionales y sólo después, y como curiosidad filológica, cabe hincar el bisturí para diseccionarlo y buscar el mecanismo que ha hecho posible ese efecto.
   Dicho esto y disfrutado el poema, diré que "Expreso (2)" fue el texto central de un tríptico que engrosó un breve cuaderno, en 1988, con el que José Manuel Benítez Ariza ganó el 1º Premio de Poesía del Ayuntamiento de Rota. Más tarde formó parte, liberado de uno de sus trillizos y distanciado del otro, del libro Cuento de Invierno (Col. Maillot amarillo, Diputación de Granada, 1992).
   Siempre me emocionaron estos versos que me hablan con precisión y sobriedad de un convencimiento que yo tenía por muy mío: la precariedad de la compañía humana (sí, de eso me hablan bajo la anécdota del tren que atraviesa una ciudad donde bultos desconocidos tras sus ventanas observan cómo pasan otros bultos que viajan tras sus ventanas); me hablan de eso porque esa es la emoción que me provocan: la aceptada impotencia de saber que respecto a lo que de verdad nos afecta, esto es, respecto a nuestros sentimientos íntimos, la completa comunicación es un imposible; podemos acompañar pero ¿compartir la exacta clase de felicidad, el dolor concretísimo, el temor oscuro ese...? La comprensión que se nos ha dado no es más que ese cruce fugaz de miradas en medio de la noche que describe el poema.
   Pero la clave de un poema no es sólo una imagen, la clave de   toda poesía está también en las connotaciones que entreteje su forma, la música de sus palabras. El equilibrio sereno de estos versos que produce la sensación de aceptación senequista de esa soledad radical está en la estructura esencial de soneto que tiene (sí, sí, estructura esencial de un soneto, pero sin serlo, claro): los catorce versos agrupados en cuatro estrofas (dos de cuatro versos, dos de tres,aunque sin rima)y la acentuación prosódica de los versos que es en todos los casos la propia de los endecasílabos de procedencia italiana, el endecasílabo natural de los sonetos en España: acentuación en sílaba 6ª o en la 4ª y a la vez en la 8ª. Por eso no importa que algunos versos sean heptasílabos o incluso que alguno sea un alejandrino (7 sílabas, pausa interna o cesura y 7 sílabas), porque en todos los casos el esquema acentual propuesto se respeta cuidadosamente.
   En realidad todo soneto es una estructura apropiada para recoger un silogismo: cada cuarteto una premisa, los tercetos la conclusión. Este poema en lugar de premisas tiene personajes: "el viajero" y "yo" y su conclusión, como está representada en la  fugacidad del paso del tren, nos llega mientras está pasando, a mitad de estrofa, a mitad de verso: "Poco ha de durar / este espacio común de noche entre nosotros". Ésa es la conclusión de las premisas del poema y ése es el escalofrío, y, a lo largo del poema, una serie de pildoritas confirman el escalofrío final: la ciudad "partida en dos" que es observada en su "triste asimetría", el "espacio común" entre los personajes que no puede ser otro que "la noche", los "cristales" que separan a cada personaje del mundo que comparten...
   Podría seguir escribiendo sobre este poema, pero he excedido con mucho el espacio que me propuse. Sólo añadiré que es curioso que la segunda novela que publicó Benítez Ariza se titule Las islas pensativas (pre-textos,Valencia,2000).



Turner



lunes, 1 de julio de 2013

Como Ruth Padel, pero distinto

   En 1998 la poeta británica Ruth Padel pensó que sería buena idea escribir una columna semanal comentando para el gran público algunos poemas británicos del siglo XX.  El Independent on Sunday aceptó la idea y decidió probar suerte proponiendo a Padel seis artículos para las seis primeras ediciones del periódico del año 1999. Se recibieron multitud de cartas y llamadas felicitando la columna, reclamando más; así que la poeta profesora llegó a escribir 52 artículos, uno para cada domingo de ese año.  
   En 2002 la editorial Ramdon House publicó un libro que compilaba todos esos artículos y unos años después yo compré en Liverpool una segunda edición de esa colección de breves comentarios poéticos. Pocas cosas me apetecen más que intentar hacer lo que Padel, pero a mi manera, con algunos poemas de autores españoles. Cuando digo a mi manera quiero decir que he pensado optar por comentarios aún más breves, menos minuciosos, que sugieran sólo lo que a mi entender es la clave emocional de los textos. Algo así he hecho ya en alguna entrada y me encantó escribirla. Los poemas no tienen que ser los mejores, ni los más representativos de sus autores (tampoco lo eran los del Independent). Será, sí, una manera de compartir el temblor que me producen algunos versos con la esperanza de provocar que hablemos de ello.
   Ojalá mis poquitos lectores quieran entrar en este juego nada erudito pero sí muy literario.