jueves, 29 de mayo de 2014

realidad y ficción

  Me resultan cada vez más tristes los aeropuertos. Leo durante una hora, a saltitos, las primeras páginas del Diario de Ionesco, como pespunteando la realidad del anverso -la cafetería- y el revés -el libro- y, en seguida, me consuelo comprobando que he elegido bien la lectura: en algunos párrafos me parece que podría estar escuchándome a mí misma y eso me confirma una de las razones por las que leo, este consuelo de encontrar cómplices; en otros párrafos quiero discutir y, de hecho, lo hago, opongo argumentos o me sonrío con ciertos puntos de vista de una parcialidad tan cerrada - y eso me confirma una de las razones por las que escribo-. Lo chocante en esta situación es que en una de estas puntadas del reverso al anverso de la situación, del anverso al reverso que es el libro, al levantar la cabeza me veo en una escena de ciencia ficción y, sin embargo cuando vuelvo a las páginas, me siento ante mi mundo interno real. Una voz en la megafonía de la inmensa sala me recuerda continuamente las representaciones de la novelística futurista más aterradora: un soniquete, que se pretende amable pero de melodía mecánica, nos dice qué debemos hacer y en qué plazos, nos advierte de peligros ("controlen...") induciéndonos a la desconfianza, al miedo, a la alerta; nos señala lo amenazador y, con ello, nos mantiene en una movilidad reducida y temerosa. ¿Es cosa mía? ¿Por qué la vida en este momento -una vez más- se encuentra entre las páginas que leo y en este envés, que es el espacio que me rodea, me siento en una espeluznante parodia de la ficción de Huxley?

Andrés Vijande

martes, 20 de mayo de 2014

Una nueva vanguardia


"Las Meninas" por Picasso 

Corrijo exámenes de 4º. Para mi alumno S., el centrismo es una de las vanguardias artísticas del s. XX (por lo que leo, ha ¡copiado! mal "creacionismo"). Después de la primera sorpresa no puede una menos que sonreírse. Hay pifias que, leídas al sesgo, parecen greguerías.

sábado, 17 de mayo de 2014

Interior con ventana

  Me recuerdo sentada en un sillón orejero de la casa de mis padres. Es probablemente primavera, una tarde de brisa suave de poniente (el sonido del aire en el jardín era el de hoy, estoy segura). Por la ventana que está frente a mí, entra una luz de  papel cebolla: de un blanco denso, casi turbio, quiero decir. Yo tengo en ese momento un miedecillo inexplicable, una punzadita de desvalimiento no reconocido. Quizá atardece.  Recuerdo después un raro abaniqueo de la luz en la ventana (es la falsa pimienta meciendo las ramas) y la voz de mi padre jovial que se acerca desde fuera a las contraventanas abiertas y pasa de largo... Y entonces es el desvanecimiento del miedo pequeñito, y una confianza alegre llega con esa voz que se me vuelve escudo y manta.

Matisse

martes, 13 de mayo de 2014

Tempranito

   Levantarse una tempranito, cuando aún los hombres y sus máquinas guardan silencio y todo parece empapado en una paz luminosa que una sabe que se va a ir evaporando conforme avance el día, es respirar hondo. Vivir estos minutos por la mañana vale como una bocanada de aire fresco cuando te has habituado a subsistir en el búnker del ruido. 
  Lo constato una vez más: yo no estoy hecha para el bullicio; convivo con él como con uno de esos dolorcillos crónicos que unas veces nos exasperan y otras capeamos con voluntad de estoico. Qué le vamos a hacer. Siento así y vivo entre quienes confunden cantar con gritar y la alegría con el estrépito.  Me horrorizan las tracas hasta el dolor y las tamborradas tanto como cualquier crueldad inhumana. ¡Un bafle para mí es un instrumento de tortura!  
  De modo que adelantarme a los motores, las conversaciones a voz en grito y los chumba chumba de las radios de los coches es un resquicio que le abro durante un ratito a mis dolencias.  

Martín Malharro


jueves, 8 de mayo de 2014

Maneras de mirar un poema (13): uno de José Luis Jover


       IV

 Verse en el centro del tiempo,
 a través del cristal de la noche,
 construyendo un paisaje
 invisible.
 El lugar del silencio
 para esta voz. Esta voz
 contra mí. Yo
 hablando
 solo.

   Hay un tipo de poesía que se construye con golpes de impresión, como lo hacen ciertas composiciones japonesas, sólo que esa  poesía oriental normalmente parte de una imagen concreta que es la detonante de la bomba emocional. La poesía occidental a la que ahora me refiero, en cambio, no es tan compacta: se construye el texto a golpe de sensaciones abstractas. La de José Luis Jover, por ejemplo, es esta clase de poesía: sus versos participan de esa extraña relojería que comparte con los collages y las imágenes se superponen para formar un todo expresivo. ¡Son collages de impresiones! Él es un experto en esa técnica del arte plástico y a mí me parece que lleva su experiencia en este campo a la poesía. Es inútil buscar en ellos una prolijidad lineal lógica. Lo que nos ofrece son fotogramas estáticos de un paisaje interior, sensaciones que buscan un todo. Ese todo en este caso tiene que ver con la soledad o, aún mejor, con la incomunicación.
  El que aquí traigo hoy es el cuarto fragmento de un poema dividido en cuatro partes que lleva por título "Al final de la noche" Es importante tener en cuenta que en los cuatro fragmentos se menciona un espacio inconcreto en el que se intuye una figura humana a lo lejos y, con ellos, una parte del día (mañana  o noche). La sensación con la que me quedo es la de que se me describe un desierto impreciso donde la compañía es tan lejana que se vuelve imposible. Este cuarto fragmento, sin embargo, se sitúa "en el centro del tiempo"; este cuarto fragmento es, además, el único que menciona la voz y el silencio y pone fin a toda la serie de versos dejando una palabra definitiva, aislada ella en el verso final como un broche redondo: "solo".
   Yo tengo para mí que las tres partes anteriores de algún modo cifran la percepción poética de la realidad y que esta cuarta representa la consciencia de la imposibilidad de decirla. El poeta se ve ante una realidad temporal percibida desde sí mismo (por eso se sabe "en el centro del tiempo")pero condicionado por su visión limitada (como "a través del cristal de la noche")y haciendo de esa realidad una interpretación interior y personal, como quien "construye un paisaje invisible". Así lo percibo yo.
   A partir del punto tras la palabra "invisible" los cinco versos finales me dicen los tres miedos del poeta: el primero es la duda de, si tu voz puede suplir a la realidad que se manifiesta en silencio; el segundo miedo es ver cómo tus palabras se dicen a veces sin ti, porque la obra va tomando cuerpo con la voz que ella misma exige ("esta voz contra mí"); el tercer miedo es el de estar "hablando solo" sin interlocutor, sin cómplice -éste es, tal vez, el miedo más terrible-. 
  Así, para decir esto, los versos se acortan a lo largo del poema hasta el bisílabo final ("solo") y se rompe la armonía acentual dactílica de los cinco primeros versos en los cuatro últimos. Estos, a su vez, procuran pausas versales que entrecortan la dicción en cada vez menos sílabas, dejando a final de verso además, para que resuenen, las tres palabras tremendas: "voz", "yo" y "solo".
   Eso es lo que consigo adivinar del sobrecogimiento que me han producido estos breves nueve versos.
   

Magritte