miércoles, 14 de octubre de 2015

Alborada

  Suena el despertador y E. se incorpora como un resorte bien ajustado: a la primera nota de la musiquilla de la alarma, ya está sentado y con un pie dentro de la zapatilla. Yo, en tanto, soy consciente de esa actividad aún desde mi túnel obstruido y oscuro, y, a diferencia de él, voy entrando en acción al modo de las babosas, esto es, arrastrándome hacia el borde de la cama sin que gran parte de mi cuerpo consiga despegarse del colchón. Con el cuello, desde luego, no puedo contar para que levante la cabeza -¿asunto de cervicales?-, los párpados sufren parálisis transitoria -¿enfermedad neurológica?, ¿legañas de Loctite?-,  y de mi parte trasera ya ni hablamos.  Me parece a mí que los transmisores del cerebro a los músculos del cuerpo, a esas horas, no los tengo yo aún conectados; sencillamente no funcionan. Todos los días intento llegar a la cocina antes de que él salga del baño y ponga el café y las tostadas, más que nada por vergüenza torera... Los días que llego antes y le gano la partida ha sido a costa de varios cardenales por las "camballadas" del trayecto.






                    Dalí





sábado, 10 de octubre de 2015

Maneras de mirar (23): Antonio Cabrera tira piedras al agua



"Piedras al agua"

Ahora que todo es superficie,
que nada hierve ni se agita,
que en el estanque se dibujan
las cosas acabadas, solas;

ahora que no hay destellos,
porque la luz se duerme en el regazo
abierto y neutro de este instante;

ahora que está vacío el cofre
del afuera, que junco y árbol
ignoran su raíz;

ahora, justamente ahora,
voy a tirar piedras al agua

con las que remover
este limo contrario,

este cieno exterior
de las cosas visibles.


  "Voy a tirar piedras al agua", dice el verso central del poema, el que le da título, el que lo divide en dos partes por completo y, también, el que da nombre al libro del que lo extraigo (Piedras al agua, Tusquets 2010); el que significa romper frontera entre el afuera y el adentro profundo. "Voy a tirar piedras al agua", dice, como un acto de voluntad decidida, porque ese "voy a tirar piedras..." supone el momento del paso de la inacción a la acción, del "ahora" a lo que va a ser.  Y los once versos que preceden a estas precisas palabras describen con marcada insistencia el presente que ha provocado el propósito (y ahí está la anáfora para que nos demos cuenta; una anáfora que introduce estrofas cada vez más cortas, con lo que casi inadvertidamente asistimos a la cada vez más urgente toma de posición y, tal vez también, al proceso de aceleración del brazo que se prepara para lanzar con fuerza la piedra que es el poema) y su propósito no es otro que romper la superficie de lo acostumbrado para llegar adentro de las cosas, como la piedra contra un estanque quieto. 
 La poesía es la piedra, decía yo, y la de Antonio Cabrera tiene algo de lapidaria por su densidad concisa pero, además, este poema  -permítanme el juego de palabras- parece decir que escribir poesía es un acto de lapidación, de condena de la vacuidad que describe en estos primeros once versos, porque "todo es superficie,", "nada hierve ni se agita", porque las cosas parecen "acabadas, solas". "no hay destellos" porque el regazo del instante presente es "neutro" porque el "afuera" en el que vivimos es "un cofre vacío", porque hasta las plantas vivas "ignoran su raíz"...  Y qué magnífica, qué llena, qué significativa la metáfora "vacío el cofre del afuera", tan virgen, tan inesperada, tan paradójica y hermética a primera vista, porque el "afuera", esto es, lo que vemos cotidianamente, debería ser también el lugar de la abundancia, como lo son los cofres, pero no lo es, y por eso tiene el poeta que andar rompiendo la superficie para llegar adentro que es donde puede reconocerse la raíz ignorada de la vida, llegar adentro rompiendo un limo exterior y por lo tanto "contrario", porque al limo, al cieno, le hubiera correspondido el fondo sucio en lugar de hallarse "en las cosas visibles" (y qué apropiado ese paralelismo en las dos últimas estrofas que subraya una redundancia propiciando el efecto espejo, como el que se produce cuando las cosas exteriores se reflejan en el agua confundiéndose con el fondo de esta, como el cieno, por ejemplo).
   Cabrera  nos trae un metapoema, y a veces piensa una que, en última instancia, para el auténtico poeta todo es metapoesía porque vive traduciendo a palabras las emociones y no puede evitar traducir a emoción cada palabra... Y me dice con estas piedras que intentan alcanzar la profundidad rompiendo superficies, que el poeta ha de cantar con hondura y, si es realmente poeta, nunca puede quedarse en las emociones primarias, en lo exterior de los sentimientos y de las cosas.
  Sobre la forma en la que está escrito el poema, sólo añadiré -una vez señalada ya arriba su estructura, la métrica de armonía perfecta que combina versos de 7, 9 y 11 sílabas con acentos en 4ª y 8ª o en 6ª, como consagró nuestra tradición de verso culto desde Garcilaso -o desde Berceo, probablemente-. Y añadiré también la supremacía de la música de las palabras en todo poema sobre los cánones fonológicos teóricos. Me refiero al distinto tratamiento métrico que le da el poeta a la palabra "Ahora", que ha de pronunciarse en sinéresis.,- como si se tratase de un diptongo de lengua, en dos únicas sílabas- en las tres primeras estrofas, como corresponde a la pronunciación relajada del hablante y, sin embargo, en el verso previo a la afirmación central del poema de la que tanto hemos hablado (me refiero a "ahora, justamente ahora" que, encima, constituye una epanadiplosis  ) tiene necesariamente que ser pronunciada en las dos ocasiones cuidadosamente en tres sílabas, con el hiato que en puridad contiene, para ser leído como eneasílabo y que el acento recaiga donde debe: en la primera "e" de "justamente", que es la sílaba 6ª y, haciendo hincapié en los dos "ahora" al pronunciarlos destacadamente, como el propio autor destaca por medio de las diversas repeticiones.
  Ya ven, un poema denso y preciso, lanzado para romper la inconsistencia de lo aparente.

                        Bernini

martes, 6 de octubre de 2015

Otoño y Kaléko

   Porque ahora se va dejando sentir el cambio de estación, aquí asomo un poema de Kaléko que traduje hace años y pertenece a la antología que publiqué de ella hace tres:


Melancolía de otoño


A mí no se me mustian los jardines.
No los tengo.
Ni tampoco una casa donde los vientos giman.
El nubarrón más negro no me daña,
pues rara vez miro ya al cielo.

Ya no pretendo estrellas áureas.
Me conformo con una lamparita.
No me engaña una dicha, ni desengaña una espera.
No me duele el otoño,
A mí no se me mustian los jardines...


Herbst-Melancholie


Mir welkt kein Garten.
Ich habe keinen.
Kein Haus, durch das Oktoberwinde weinen.
Mir tut das schwärzeste Gewölk nicht weh,
Weil ich so selten nur den Himmel seh.

Ich ziel nicht mehr auf goldne Himmelssterne.
Mich tröstet eine kleine Gaslaterne.
Mich täuscht kein Glück, enttäuscht kein Warten.
Mich schmerzt kein Herbst,
Mir welkt kein Garten…

                       
(Kleines Lesebuch für Große, 1935, desde 1956 en Das lyrische Stenogrammheft)


Hu Jundi



domingo, 4 de octubre de 2015

Minirrelato

   -Pide un deseo de cumpleaños -le dije.
Sonrió como quien escucha la ocurrencia de un niño y no dijo nada. Por la tarde ha estado trabajando en su mesa de despacho. Hace un momento ha traído a la mía, en la galería, un papel que acababa de encontrar y que contenía un poemita de amor sin terminar, garabateado no se acuerda ya cuándo: el regalo para mí de su cumpleaños. No sé cómo lo he mirado  -creí que con asombro-,  pero me ha dicho:
   -Deseo cumplido.

Chagall