lunes, 22 de septiembre de 2014

La vida "¿Allegro vivace?"

  Se levanta una todos los días con el pie en el acelerador, procurando que mientras se tuesta el pan se haga el café y le dé tiempo a ducharse. Se levanta, cuando el cielo está aún oscuro, intentando ganarle al sol y al reloj cinco, diez minutos apenas que la rediman de la falta de sueño, para llegar corriendo al trabajo y volver muchas horas después extenuada a casa, donde espera más trabajo y varios compromisos, todos urgentes, porque se ha responsabilizado una sin querer a causa de un teléfono que le persigue desde dentro de su propio bolsillo. Lo ha hecho confiando en la rapidez del coche y en la inmediatez de los mensajes por correo-e, que permiten esos malabarismos... Y todo para acabar agotada e intentar dormir -a ver si hay suerte- porque el cuerpo por dentro aún lleva el ritmo vertiginoso del día.
  Envidio el tiempo de mis antepasados, con sus horas anchísimas que pasaban al ritmo del trote melódico de un coche de caballos o del paseo de los domingos, o aquella cadencia lenta del plup-plup del guisado en el fogón. Ay, ese fuego que exigía dedicación exclusiva a tempo largo (como mucho adagio) antes de que el microondas y la vitrocerámica nos sedujeran con sus pérfidos reclamos falsos de velocidad y tiempo. Hay días que comprende una a los Amis y piensa que todos los aparatos modernos son engañifas, lobos disfrazados de corderos, que con sus promesas de ahorrar tiempo nos lo han birlado, como las preferentes.

Van Gogh


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