martes, 7 de mayo de 2013

Aquilino Duque

  Conocí a Aquilino Duque (yo a él, que él no a mí) en el año 1981,  en la Biblioteca Pública de la calle Alfonso XII, en Sevilla, cuando fui a escucharle en una lectura a la que me arrastró Rafa Téllez. Leyó poemas sobre ciudades lejanas. Fui ese año a diversos actos de este tipo, pero la lectura de Aquilino ha permanecido en mi memoria mientras las otras se han ido difuminando y han acabado por perderse en los laberintos, casi siempre inexplicables, del recuerdo. Aún mantengo la impresión de estar ante un escritor diferente, culto -con una cultura de verdad, no esa que se consagra en las modas de los papanatas- , con una personalidad fuerte pero discreta, no sé si sé explicarme: un escritor valiente y sin pose, muy libre. Después me fui haciendo con algunos de sus libros por el placer de mantener esa primera impresión que me causó y nunca me sentí defraudada.
   Sí, yo conocí a Aquilino Duque a mis veinte años. Lo que no tengo claro es cuándo me conoció él a mí. Coincidiríamos en algún otro acto literario, pero eso debió ocurrir años después de esa lectura en la biblioteca de Sevilla. Recuerdo el orgullo de ver que me enviaba su Apócrifo alemán, y el de que me felicitara por teléfono. Por lo demás, pocas comunicaciones hemos mantenido pero siempre ha sido conmigo cercano y generoso. Aquilino es él mismo un archivo sensible e inteligente de la historia europea del siglo XX.   
   Me sumo hoy desde aquí al merecido homenaje que se le está haciendo estos días en Sevilla. 


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