Entre el montoncito de libros y cuadernos de mi mesilla de noche, hay dos presencias constantes y una de de éstas es alguno de los volúmenes de En busca del tiempo perdido. Proust me da paz. Proust me demuestra que lo importante no son las cosas que ocurren, sino cómo se viven las cosas que ocurren. Proust está cargado de inteligencia emotiva y sus largos periodos sintácticos se dilatan como el tiempo, que se recupera y se recrea. No he comparado traducciones; por placer releo en la edición que, en vida, he heredado de mi padre: la de Alianza Editorial. En ella el tomo cuarto está traducido por Consuelo Bergés y es conocido que ésta a veces recolocaba la sintaxis del francés. Yo se lo agradezco, ¿cómo si no hubiera leído esta noche un maravilloso alejandrino?: "tan contagioso es a veces el deseo". Ahí queda eso.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Una prosa con alejandrinos
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