jueves, 29 de diciembre de 2011

Lo bello y lo eterno (a partir del Rilke maduro)

    La belleza hiere y, si es honda, marca para siempre. El ángel de las Elegías de Duino es bello y es, sobre todo, terrible. Salpica e impregna el conjunto de las elegías de Rilke con una presencia que no hace más que recordarle al ser humano su carácter eterno y sobrenatural: es el vehículo que transita de la historia a lo eterno -de la vida a la muerte-. Rilke nos recuerda que sólo las cosas SON, nosotros no somos, porque nosotros TRANSCURRIMOS. Según Rilke, además, las cosas que SON las percibimos ya "interpretadas" por nuestros sentidos. Lo eterno no lo abarcamos, no forma parte del mundo interpretado y eso provoca frustración y miedo. Ése es el terror del que es símbolo el ángel. "La noche es terrible para mí ¿es mejor para los amantes" leemos. Los amantes -así, en participio de presente, mientras aman-  y los niños, son capaces de eludir el mundo interpretado y vivir en la parcela de lo eterno. Los adultos, mientras estamos en la historia, somos como saltimbanquis. El héroe y el que muere joven sí parecen escapar a la inercia del transcurrir y se sitúan en lo eterno. Todo ángel es terrible; todo ángel, en su belleza, nos descoloca y nos hace vislumbrar lo que está fuera del transcurrir. El arte, aunque Rilke no lo mencione en sus elegías, es una de las formas de ese ángel panhistórico y terrible.



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