martes, 10 de enero de 2012

La literatura y el terror

A mis alumnos les encanta la literatura de terror, de vampiros chupasangre para arriba. Me preocupo por sus gustos para buscarles lecturas que les interesen y, nada, ya ni siquiera las chicas le disputan al terror su primacía reclamando algo sentimental, no sé, una novelita de amor de esas de siempre. Esta juventud...  Tal vez mis alumnos tienen tendencia a lo ancestral, vamos, que me parece a mí que tienden en sus gustos a lo primitivo. Los cuentos tradicionales se han basado siempre en el miedo, de eso no cabe la menor duda, y los seres humanos no sabemos vivir sin el miedo, lo generamos a la vez que intentamos protegernos de él.  Al miedo se le atribuye una misión defensiva y por eso no tiene más remedio que ir en nuestro ADN, en alguno de esos buclecitos que compartimos con los animales; por eso, si no hay un enemigo externo al que temer, lo inventamos. Lo mejor, desde luego, es un miedo colectivo; nada une más que un enemigo común. En realidad, pienso, en todas las épocas, este atavismo ha seguido movilizando a los lectores. Los románticos supieron integrar al mal, al enemigo, en la propia naturaleza del hombre y no por ello el enemigo fue menos peligroso (Frankenstein, Mr. Hyde...). Los grupos sociales se siguen movilizando hoy con el miedo y, así, en los últimos años, hemos sentido temor por la desaparición de la capa de ozono, por el cambio climático, por el imperialismo yanqui, por la amenaza islamista o por la mano negra... Parece que el miedo es el motor más poderoso de la humanidad, más que el dinero y, de entre los poderes, el poder más eficiente.
De pronto quise decirles que, en realidad, toda literatura en lo más íntimo, surge del miedo y contiene el miedo. Me mordí la lengua y por eso he venido aquí a contarlo.








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