martes, 15 de mayo de 2012

Ser un escritor contemporáneo o cómo sublimar la humillación


Lo bueno que tiene ser un escritor contemporáneo reconocido, es que, cada vez que se sienten ridículos, cada vez que meten la pata, cada vez que pasan por tontos… pues lo cuentan y punto.Ya no tienen que ser estupendos y graves como los autores decimonónicos, ni genios como en el siglo pasado; saben que un lector lo verá como un personaje simpático: un antihéroe de hoy día; y así queda sublimada la humillación. Eso debe ser maravilloso, absolutamente catártico: no sólo se objetiviza de este modo la angustia y el sentimiento de ridículo, sino que incluso se trasciende en literatura –voilá-.
Pues sí, qué estupendo. A mí me parece reconfortante. Sólo esta mañana: primero, se me han colado dos veces en el despacho del gerente del banco porque a una le da apuro estar pegada a la puerta (que estaba abierta) que parece que está dando prisa o escuchando las elucubraciones económicas de quien le precede; pues siempre hay alguien que se pone allí, como quien está en la cola de la caja y… pues entra antes de que acabe de salir el que estaba. Algo más tarde, le he escuchado una perorata personal a una señora porque yo creía que tanta confianza se debía a que, sin duda, yo tenía que conocerla mucho pero la había olvidado (debo aclarar que mi capacidad para recordar caras y sucesos se puntúa bajo cero); cuando, al final, la señora reconoce que me ha contado todo eso porque me vio cara de simpática (y yo, mordiéndome las uñas, que se me hacía tarde, sin atreverme a cortarle la odisea mientras intentaba recordar quién podía ser; y hace un momento, le he mantenido la puerta abierta a alguien que salía detrás de mí en el portal de casa y que ni me ha saludado ni me ha mirado a la cara (que una a veces piensa que si, en una de esas juntas a las que no asisto nunca, dan consignas para la mala educación, porque si no no me explico...).
 Lleva una unos días de tomaduras de pelo, tales, que le gustaría ser una escritora contemporánea, de esas de las de ahora.  

Arnie Levin para el Newyorker

No hay comentarios: