jueves, 26 de julio de 2012

El joven bosnio

 Lo que voy a contar a continuación sucedió la tarde-noche del 18 de julio durante uno de los trayectos de mi último viaje. Iba sentada junto a la ventanilla en un autobús interurbano que nos llevaba dando tumbos por la zona fronteriza de Croacia con Bosnia Herzegovina. Justamente en el asiento de delante viajaba un joven de unos 18 o 20 años, guapo, moreno, educadísimo. No fue difícil entablar conversación con él sobre la geografía que recorríamos y, de ahí, la conversación se deslizó inevitablemente a una guerra que él conocía bien por el pavor que le habían comunicado sus padres. Así, a lo largo de más de cuatro horas de viaje fui sabiendo -mientras atravesábamos ciudades en las que las explanadas de lápidas ocupaban manzanas enteras- los detalles, en primera persona del plural, de aquello de lo que estuvieron hablando los telediarios durante bastante tiempo en una lejana tercera persona. Nos nombró con su propia voz las violaciones masivas y cruentas de mujeres, los vecinos amigos que se volvieron de pronto enemigos salvajes, las matanzas terribles que sufrieron y de las que ya habíamos tenido noticia en la distancia. Los adjetivos tal vez los pongo yo traduciendo su mirada dolida y su voz suavísima y triste (ahora no recuerdo ya su nombre, pero sí esos ojos y ese hilo de voz grave). Nos dijo que estaba viajando por la tierra en la que había nacido, excepto por una región: sus padres le habían pedido que no pusiera un pie en territorio serbio...  Yo tuve en ese momento la sensación de que estaba asistiendo a una especie de rito de mayoría de edad, a un raro viaje contrainiciático por su naturaleza terminal: "de aquí vienes, joven bosnio, mira con tus propios ojos las huellas de un horror repetidamente contado... Después tendrás que levantar una vida distinta, muy distinta".



 P.S. Terminaré con una confesión: en dos entradas recientes (las que hice el 16 y el 18 de julio) he mentido respecto al tiempo de los hechos. Lo he hecho por miedo a decir en internet cuándo iba a estar ausente de casa. Una nunca sabe dónde atisban los asaltadores. De modo que cuando dije que acababa de volver de un viaje era que sólo lo preparaba. En lo sucesivo procuraré no decir mentirijillas a mis escasos lectores, ni siquiera para proteger mi exigua propiedad privada. Callaré lo que no deba decir y punto.



4 comentarios:

Jesús dijo...

Gracias por tan significativo testimonio.

Inmaculada Moreno dijo...

Gracias por tu agradecimiento.

José Antonio del Pozo dijo...

gracias por trasladarnos tan bien la experiencia y el sentir de ese joven

Inmaculada Moreno dijo...

Querido José Antonio, gracias a ti. Ya te leo y te admiro en las inteligentes y sensibles entradas de tu blog.