miércoles, 29 de enero de 2014

De Rilke y de El Greco

   Cuando, el 14 de noviembre de 1912, Rilke le envía a Matilde Vollmöller-Purrmann una carta en la que describe apasionadamente la pintura de El Greco ¿se daba cuenta de que transmutaba, por una extraña metonimia, al pintor de Candía de creador en personaje? El Greco es tan obra de Toledo para Rilke, como El Cid, o Don Quijote y Sancho son fruto de Castilla para Manuel Machado, para Unamuno, para Azorín...  Escribe el poeta a la pintora  amiga:
   ¿Y el Greco, pregunta usted? (...) se halla tan metido dentro de esta naturaleza que casi se le pierde cuando se alisa un punto calquiera de una piedra, cualquier quiebra de esta montaña; parece así, se puede jurar, que un apóstol, una Concepción de María se vetea en sus colores. Pero, naturalmente, no se olvida por un solo momento que estas condiciones fueron capaces de lograr un gran pintor...
                       (Traducción de Jaime Ferreiro Alemparte)

Ya ven: es de Toledo de donde surge la obra pictórica, es el paisaje el que hace al pintor.  


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